La
soledad se había convertido en mí fiel compañera. Éramos inseparables y
dolorosamente amigos. Nos dábamos paz y quietud...sosiego...tranquilidad.
Demasiada tranquilidad. Muchas veces desearía que mi mundo se viera trastocado
por cualquier causa. Pero ninguna causa parecía acercarse a un viejo como yo.
La vejez es lo que tiene, que parece que huele mal y nadie se acerca a
nosotros. Nuestros sentimientos y sabidurías los dejan aparcados por la simple
razón de que envejecemos, y molestamos. Allá a donde vayamos siempre
molestamos. Si las manos te tiemblan y te cae el café...malas caras... ¿A ti
nunca se te cayó un café cuándo eras pequeño? Pues a mí también. Se me cae,
porque soy mayor, porque mi cuerpo envejece por los años vividos, por las
experiencias que amargan y los momentos duros que la vida nos depara, nos
achican. Pero mi cerebro y mis sentimientos siguen intactos. Os oigo todo lo
que decís...sé todo lo que pensáis...y pensáis que todos nosotros somos un
estorbo. En ese instante de mi vida todo cambió. Mi vida se vio alterada por
una serie de sucesos que acontecían en el Asilo donde estaba pasando mi vejez.
Comencé a notar que éramos una molestia y un estorbo.
Un
estorbo muy lucrativo, ya que por mi estancia en este lugar os estoy pagando
muchos euros al mes. Os creéis que sois muy habilidosos y que todo lo hacéis
bien. Sibilinamente nos estáis drogando para que no os molestemos. Lo sé porque
lo veo. Mi compañero de habitación, Adolfo, se pasa el día durmiendo. Yo
escondo las pastillas que me dais y permanezco despierto en la cama, haciéndome
el dormido. Y os oigo...qué triste y dolorosos final nos espera. Los que aquí
estamos no recibimos visitas, estamos solos en el mundo, por eso estamos aquí.
Nos supieron atraer muy hábilmente. Nos vinieron a buscar a nuestra propia
casa. Lo vendimos todo para poder ingresar aquí, donde nos iban a cuidar y dar
el amor que por otro lado ya no recibimos. ¡Ignorantes de nosotros! Nos fiamos
de vuestra palabra, pero juré que haría todo lo posible porque alguien se
enterara de lo que aquí acontecía.
La
noche en que murió Adolfo se me presentó la oportunidad de ver algo de
luz. Juré venganza para él. Cuándo vinieron a llevarse el cadáver, pude
acercarme a ti. Estabas vestido de negro y corbata, como requiere la ocasión.
Serio y dolorosamente callado me rogaste con la mirada que saliera de la
habitación. Cuándo pasé a tú lado te metí un papel en el bolsillo. En él te
explicaba nuestra situación. Nos drogaban y nos mataban para quedarse con
nuestro dinero. Las misas de funeral eran muy frecuentes en este asilo y
parecía que nadie sospechaba nada. Los muertos cada día eran más...y los vivos éramos
menos. Lo mejor era pasar desapercibido, no molestar...no hablar...no hacerse
notar. Y eso estaba haciendo hasta ese momento. Al meter la nota en el bolsillo
sentí alivio pensando que por fin vería algo de luz en esta historia. Mi vida
no había sido precisamente fácil para terminar ahora así. En manos de unos
desalmados sin sentimientos, unos asesinos de victimas fáciles.
Esa
misma noche, cuando estaba acostado intentando no pensar en lo ocurrido y
esperando acontecimientos, entró el doctor. Me puse algo nervioso pero supe
disimularlo. Su visita no era frecuente, aunque cuándo lo hacía siempre
significaba algo malo. Me miró con sorna. Sus ojos perversos tenían esa noche
un brillo extraño. Se acercó a mí lentamente llamándome por mi nombre y con la
mano en el bolsillo de su bata iba sacando poco a poco el papel que con tanta
esperanza le había metido en el bolsillo al hombre de la funeraria. Enseguida
encaje el puzle. Todos eran complices. Eran testigos mudos de crueles
asesinatos.Unos asesinatos que les resultaban muy provechosos para sus
bolsillos. Y el siguiente era yo. Nunca encontraría venganza para Adolfo ni
para los demás. Las muertes seguirían ocurriendo y nunca nadie lo sabría o
nunca nadie se molestaría en saberlo. Somos viejos...ancianos...molestamos...
El
doctor sacó una aguja y la insertó en el brazo del anciano.
En
medio de la nada, el Asilo permanecía silencioso. El trigo se mecía provocando
un ruidillo que mezclado con el canto de los pájaros, parecían entonar una
triste canción.
Se siente tan real tu relato que ... tengo piel de gallina !!
ResponderEliminarBesetes.
Magistral...
ResponderEliminarTerrible
ResponderEliminarCariños
Fantástico! Aquí dejo mi blog, me gusta el tuyo. Un besito.
ResponderEliminarhttps://lunavalencianablog.wordpress.com
Un placer volver a leerte.
ResponderEliminarUn beso.
El placer siempre es mío. Qué alguien..me lea..no existe mayor placer.Gracias!
EliminarHermoso
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
EliminarGracias por pasarte por este humilde blog y dejar tú comentario. Siempre agradecida.
Eliminar