No había un solo momento de nuestras vidas que te perdieras, estabas al
quite de todo. Lo tuyo no era curiosidad, era morbo. Te encantaba mirar por la
mirilla de la puerta y ver todo lo que pasaba por delante de ella. ¡Y corriendo
ibas a la habitación a asomarte a la ventana y ver cómo iba fulana o zutana
vestida! El edificio entero sabíamos que nuestras vidas las convertías en las
tuyas, estabas falta de entusiasmo y completamente sola. Al principio hasta nos
hacías gracia y nos reíamos. Cuándo pasábamos delante de tú puerta muy
"prudentemente" te saludábamos con mucho entusiasmo. Al final...nos agachábamos
para que no nos vieras. Habías perdido toda la gracia que en un principio
encontramos en tus boberías y cotilleos. La cosa no quedaba ahí, cuándo te
encontrabas con alguien siempre nos ponías verdes a todos los inquilinos. Qué
si vestíamos así...o gritábamos en casa...o la del cuarto era amiga de la
tercero pero enemiga de la del primero...Así eras tú. Inventando lo que te
entraba en gana. Si me veías pasar a mí, me decías a voz en grito desde detrás
de la puerta que mi hijo había salido a las 8 de la mañana para ir al colegio
pero muy bien acompañado. En fin...no tenías nada más que hacer.
Pero nos cansaste. Mi hijo llegó una tarde a casa muerto de la risa. Había
subido las escaleras con su compañero de clase para hacer los deberes en
nuestra casa como todas las tardes. Pero ese día pensaron que te la iban a
jugar. Y se pararon delante de tú puerta. Tú estabas mirando pero ellos
simulaban no enterarse. Se abrazaron, simularon darse besos, mimos...todo entre
risas apagadas. Cuándo te diste cuenta de lo que ocurría, chillaste y escupías
sapos por la boca. Los niños venían muertos de la risa y pensaban que a partir
de ese momento se acabarían tus cotilleos continuos. Lejos de eso...comenzó una
batalla contra mi hijo. Dejaste a todos casi de lado para atacarlo a él a todas
horas. Subía o bajaba lo insultabas, le gritabas. Comenzaste a publicarlo por
todas las esquinas. Todos los vecinos "sabían" que mi hijo "no era
normal" como decías tú. No hacíamos mucho caso ya que nos daba un poco
igual, las palabras hacen daño depende de quién vienen. Y de tú...no tenían
ningún valor. Pero viendo que no conseguías lo que querías, te fuiste al
colegio del niño y solo te faltó llevar una pancarta para que se enterara todo
el mundo. Demostraste que eras muy mala. No tenías corazón, era un crio que te
había gastado una broma y tú te sentiste ofendida y...no sé el motivo. No te
tendría que importar la vida de los demás pero a tú si te importaba, y querías dañar.
Los niños se sintieron observados, criticados. Eran motivo de mofas de burlas e
incluso de insultos. El director del colegio nos llamó y tuvimos que explicar
lo que había ocurrido ya que no querían pervertidos en el colegio.
Pero lo mejor estaba por llegar.
Estábamos tristes y apagados. Allá donde íbamos nos criticaban. Intentamos
hablar contigo pero no podíamos ni acercarnos a la puerta ya que gritabas como
si no hubiese mañana. Decías que nos iríamos al infierno, que éramos unos
pervertidos y nuestros hijos eran iguales. Te dejamos por imposible esperando
que te cansaras pronto pero lejos de eso cada vez ibas a más.
Una tarde que venía yo de la tienda me paré a hablar con una vecina.
Hablamos de lo que ocurría, de cómo nos encontrábamos y todo por una broma.
Entonces ella soltó la bomba.
- Aunque fuera verdad, ella es la menos indicada para criticar. Antes de
venir a vivir a este edificio, vivía en el otro extremo de la ciudad, y tenía
una novia. Si, lo que oyes. Tú vecina tuvo una novia durante muchos años.
Les hicieron la vida imposible, y ella se vino a vivir aquí. Fin de la
relación.
Nos diste pena, estabas haciendo lo mismo que te hicieron a ti. No habías
aprendido nada. En vez de aprovechar la experiencia, lo habías dejado pasar por
tú mente sin analizar, sin meditar...y devolvías a los demás la crueldad que tú
habías sufrido. Como no nos consideramos como tú, sencillamente te metí una
nota por debajo de la puerta diciéndote esto mismo, ya que en persona era imposible,
tus gritos e improperios levantaban dolor de cabeza. Y...cosas de la vida...a
los pocos días subiste a casa a pedirnos perdón. Te escuchamos en silencio,
realmente estabas avergonzada y eso...en parte me alegraba ya que se te veía
arrepentida. Esta vez...habías sacado partido de la experiencia. Podría
ser el comienzo de una amistad...Pero por lo de pronto, sería el comienzo de
una seria conversación.
La única manera de salir del laberinto del sufrimiento es perdonar.
John Green
Muy buena reflexión, estoy contigo de la importancia de saber perdonar, aunque haya gente que le sea imposible. Un gran relato.
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