Pilar
contemplaba desde su banquillo a los niños jugando. Era algo que llevaba muchos
años haciendo y le encantaba. Eran como una explosión de alegría y vitalidad
que ella año a año iba perdiendo poco a poco, y esas risas y alegrías de seres
tan pequeñitos y vulnerables le daban vitalidad. Metió la mano en su bolso y
comenzó a buscar algo que siempre llevaba con ella. Una bolsa de plástico con
migas de pan para los pajaritos. Y así pasaba parte de sus mañanas, entre mirar
a los niños y los pajaritos. Era una mujer menuda y endeble. Su rostro estaba
ajado y cansado, pero siempre tenía una sonrisa en su rostro que la hacía
encantadora. La gente se paraba a hablar con ella muy a menudo, incluso las
mamás de los niños se sentaban a su lado mientras ellos jugaban. Pilar estaba
bien. Había hecho las paces con su conciencia y con la vida y ya estaba
plegando las alas para que cualquier día el Señor la llamara y emprender el
camino hacia ese nuevo mundo en el que ella creía. Solo tenía en su corazón una
espina muy negra clavada. Fue algo que le ocurrió que nadie supo jamás. Ni tan
siquiera su difunto marido.
En aquellos
años ella era una mujer joven y hermosa, con vitalidad y alegría. Se fue de
casa de sus padres en el pueblo, para trabajar en la ciudad, en casa de unos
señores. Estaba contenta ya que tenía su sueldo y trabajo. Podía ayudar a sus
padres y hermanos mandándoles dinero a finales de mes y ella quedarse con otra
parte. Y así era feliz. Ayudaba y sobraba para que ella pudiera tener sus
pequeños ahorros. Dormía en casa de los señores, y ellos se encargaban de
descontarle de su sueldo la comida y de la habitación. Era muy bien vista por
sus compañeras y jefes y se sentía feliz. Pero una noche todo cambió. El hijo
de los señores entró en su cuarto. Fue la peor noche de su vida. El señorito
estaba borracho y por más que ella insistía en que se marchara y la dejara en
paz, el señorito estaba por amargarle la vida y hacer lo que le venía en gana.
La violó varias veces en toda la noche. Ella se defendió como pudo, arañándolo
y gritando. Pero nadie escuchó nada. O nadie quiso escuchar nada.
Al día
siguiente Pilar se aseó y se arregló para trabajar. Estaba decidida a no decir
nada. No podía dejar a su familia sin esas monedas que ella mandaba a final de mes.
Sirvió el desayuno para toda la familia y ahí parecía que no había pasado nada,
aunque sus compañeras la miraban de reojo. Con el paso de las semanas Pilar
intuyó que estaba embarazada. Y el paso del tiempo le dio la razón. Estaba
esperando un hijo del señorito. El miedo se apoderó de ella y no sabía qué
solución encontrar para resolver semejante problema. Y decidió hablar con la señora.
La señora fue muy comprensiva y le aseguró que no se quedaría sin trabajo.
Tendría a su hijo en esa casa, y seguiría trabajando allí el tiempo que
quisiera. Y el niño, se iría con su padre. Ella aceptó el trato. No quería recordar
esa noche todos los días de su vida, ni quería que ese niño le recordara lo que
había ocurrido.
Esa noche se
escucharon gritos de los señores en el salón. El señorito lloraba pero cuánto más
lloraba los padres más le gritaban. En cuánto naciera el bebé se iría con él a
vivir a otro país. Tenía que sentar cabeza. Diría que estaba viudo, que perdió
a su mujer en el parto y se alejaría de la que ahora era su casa.
Pasaron los
meses y Pilar dio a luz a una preciosa niña. Era igualita que su padre. Nada
más nacer se la quitaron de las manos y todo fue muy rápido. Pilar gritaba que
quería verla y que no quería entregarla. Había cambiado de opinión. Tenía dos
manos para trabajar. A su bebé no le faltaría de nada. Pero ya no había vuelta
atrás. Se llevaron a su bebé y a se sumió en una profunda depresión. El señorito
se había ido a Cuba a trabajar con su hija. Eso fue lo que le dijeron. Ella
dejó su trabajo en esa casa y buscó de nuevo otro sitio donde poder trabajar.
Tenía buenas recomendaciones por lo que no fue nada difícil. Y....cerró su mente
e intentó el resto de su vida no recordar su pasado. Era su gran secreto. Nadie
lo supo jamás. Pero ella añoraba a su hija. Intentaba no recordarla para que su
corazón no se sintiera herido, pero era imposible.
Una mujer
madura se sentó a su lado. Estaba con un bebé precioso y cuándo la miró su
corazón dio un vuelco. Tenía la misma cara que ella y el señorito. Intentó
entablar conversación con ella y le contó que toda su vida había vivido en
Cuba. Era hija única. Su padre nunca tuvo más hijos ya que su madre había
muerto en el parto. Y cuándo su padre murió en un accidente, decidió venirse a
vivir a casa de sus abuelos, ya que estos habían fallecido y ella heredó la
casa. Ese bebé era su nieto. Ella estaba casada y tenía dos hijas. Le dijo
donde vivía (que no era otro sitio que donde Pilar había trabajado y donde su
vida se derrumbó) y le dio una tarjeta, para que fuera a visitarla cuándo
quisiera. Le comentó extrañada que no comprendía cómo le estaba contando toda
su vida si nunca la había visto, pero que tenía un pálpito que le hacía confiar
en ella.
Pilar
escuchaba en silencio, con el corazón acelerado. Sus manos temblaban y sus
lágrimas caían por su rostro. La que estaba a su lado, era su hija. En la
última etapa de su vida, había tenido la oportunidad de conocer por fin a quién
tanto había extrañado, y ese secreto que había guardo en el fondo de su
corazón, ahora podía gritarlo. Se sentía dichosa y agradecida. Ahora...ya
podía llamarla el señor. Estaba en paz con su vida.
- Toda historia no es otra cosa que una infinita catástrofe de la cual
intentamos salir lo mejor posible (Ítalo Calvino)
Interesante historia. Saludos
ResponderEliminarMe alegra muchisimo que por lo menos...te pareciera interesante!!!!Millones de gracias por perder unos minutos de vuestro tiempo en leerme y escribir.
EliminarMe alegra mucho que te pareciera interesante. Un saludo y siempre gracias por leerme y perder unos minutos de vuestro tiempo en leer y comentar.
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