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domingo, 29 de julio de 2012

Caza de brujas


    Enero. Siglo XIV

    Yrinis recogía sus pocas pertenencias apresuradamente. Desde hacía unos meses era una mujer marcada por su sabiduría, heredada de sus abuelos y bisabuelos. Con las hierbas podía hacer ungüentos para las heridas e incluso pócimas bebibles para curar ciertas enfermedades. En esos tiempos, los médicos solo asistían a los señores feudales y les estaba prohibido revisar a una mujer, por lo que eran las comadronas o improvisadas parteras las que ayudaban en el alumbramiento y proveían de hierbas para evitar nuevos embarazos. Su afán de ayudar a sus vecinos la había hecho muy conocida en su pueblo. Hasta hacía poco era una mujer muy querida por todo el mundo y le estaban muy agradecidos por las numerosas veces que había curado heridas o  tratados sus fiebres. Ella salía al campo y sabía que encontraría el remedio para muchos males. Sus abuelos le habían enseñado que el campo está lleno medicinas, solo hay que ir detrás de las que realmente hacen falta para cada situación.

    Hacía unos días, había acudido a la puerta de su casa, a altas horas de la madrugada, uno de los monjes que habitaban en el monasterio. Venía con un joven que tenía en la pierna una infección. La fuerte fiebre era la que había obligado al monje a acudir con ella a casa de Yrinis, la cual le había dado un brebaje de hierbas calientes y le había hecho un corte para que saliera la infección. La joven, se quedó en casa de Yrinis unos días mientras la curaba y así se enteró de que era la hija del monje. Pero ella era una mujer prudente y no iba a decir nada de lo que la joven había contado en sus delirios con la fiebre. Pero su problema acababa de comenzar. El monje, conocedor de la noticia por su hija, decidió acusarla de brujería, cosa que en esos tiempos no era muy difícil. 

    Krammer, que era como se llamaba el monje, había tenido a su hija fruto de su unión con una mujer que les ayudaba en las tareas del monasterio. Una noche, la había forzado a mantener relaciones con él y fruto de esa unión, había nacido esa niña, a la que tenía también acogida en su morada. Pero nadie sabía nada de lo ocurrido, tan solo la madre y la criatura y si alguien se enteraba, su carrera se vería en peligro, por lo que decidió ir en contra de Yrinis y acusarla de brujería.

    Yrinis fue encarcelada y a base de torturas llegó a confesar lo que no era, una bruja. La acusaron de pactar con el diablo, y decían que al concluir el pacto, el Diablo marcaba el cuerpo de la bruja y en una inspección detenida se podía permitir la identificación de las hechiceras. Mediante el pacto, Yrinis, se comprometió a rendir culto al diablo a cambio de la adquisición de poderes naturales. Se le acusó de poder volar, sobre palos, animales y demonios con ayuda de ungüentos e incluso se llego a acusarla de transformarse en un lobo. Según Krammer, Yrinis acudía en fechas determinadas a reuniones nocturnas denominadas aquelarres, en donde las orgías sexuales estaban muy presentes y el canibalismo infantil era una práctica que Yrinis realizaba cada vez que acudía a un aquelarre.

    Pasó de ser una mujer querida y apreciada a ser odiada. Su casa fue pasto de las llamas una mañana  fría de invierno, donde sus vecinos se juntaron y decidieron tomarse la justicia por su mano. Le prendieron fuego a todas las pertenencias de Yrinis, en un acto de odio y rabia y después prendieron fuego a su casa. Mientras tanto Yrinis era torturada a diario para que firmara su culpabilidad, cosa que después de varios días torturándola no le costó mucho. Su escasa familia tuvo que huir del pueblo porque si no harían lo mismo con ellos e Yrinis estaba desolada. La iban a matar porque había descubierto los trapos sucios del monje, la estaban acusando de cosas que nunca en su vida había realizado y todo a base de torturas.

    Yrinis permaneció en la cárcel durante un año, pasando todo tipo de vejaciones y humillaciones. Un 24 de junio, salió de la cárcel metida en un carro con barrotes. La llevaban a la plaza del pueblo. Cuándo se iba acercando a su destino, Yrinis comenzó a rezar en voz alta y la gente que se agolpaba a su alrededor le gritaba y tiraba piedras enfurecida. La mujer ensangrentada seguía rezando, y eso aumentaba el griterío de las personas que estaban a su alrededor, entre ellos vecinos a los que había ayudado e incluso Krammer, se encontraba allí, con otros monjes, y unos pasos detrás de él, su hija con su madre.

    La gente se había reunido en la plaza para celebrar la muerte de una bruja y se habían puesto sus mejores galas para la ocasión. Estaban exaltados y pletóricos de alegría. Gritaban y festejaban con grandes espavientos la caída del demonio. Ayer, reclamaban su presencia en sus casas, y hoy la iban a asesinar.

    Yrinis fue bajada del carro y la ataron a un palo que estaba rodeado de paja. Lo último que vio antes de que le prendieran fuego, fue la mirada llorosa de la niña a la que había curado.


    IEl cobarde sólo amenaza cuando está a salvo.
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    Michel Eyquem de Montaigne (1533-1592) Escritor y filósofo francés.

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