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viernes, 28 de marzo de 2014

UN PASEO POR LA VIDA

Rodrigo mira atentamente por la ventana y observa como la nieve cae lentamente. Su cara refleja una mezcla de tristeza y cansancio, aunque por momentos, su rostro, absorto en sus pensamientos, denota un deje de alegría lejana y marchita y vuelve a reflejarse en su cara un relajamiento de sus músculos y parece que esos surcos marcados y esas ojeras profundas, dan  paso a la placidez. Mira la nieve  y recuerda su niñez, a sus padres y hermanos. Sus padres murieron muy jóvenes dejando a sus 5 hijos. Unos vivieron con unas tías y otros quedaron al cargo de una vecina. Así era la vida en aquellos tiempos. A él le toco vivir con las tías. Era peor que vivir solo. Eran dos hermanas de su padre, dos mujeres solteronas que nunca habían tenido relación con ellos y de repente se vieron al cargo de tres niños, con los que no sabían qué hacer. A veces, sin motivo los encerraban en un cuarto oscuro que había al lado de la cocina y los podían dejar encerrados muchas horas sin comer ni orinar. Superaban su miedo y angustia animándose unos a otros. Permanecían unidos y de la mano para que el miedo y el frío no pudiera penetrar en ellos. La unión de los tres parecía que les hacía más fuertes, y unos por otros iban superando las horas de angustia, mirando por debajo de la puerta a ver en qué momento la luz de la cocina se encendía y daba paso a sus dos tías. Quizás cuándo entraran los dejarían salir e ir al retrete...y quizás con un poco de suerte les darían algo de comer. Pero las tías parecía que no tenían corazón. A veces...eran días encerrados, pero se tenían los unos a los otros, aunque no tenían a quién contarle su problema. Con 15 años y Rodrigo siendo el mayor decidieron escaparse de casa. Las tías nunca los buscaron. Hoy...rememorando aquella época de su vida, se da cuenta de que sus dos tías, en realidad no sabían qué hacer con tres niños y optaron por lo que a ellas les hicieron.

Con sus hermanos siempre permaneció muy unido. El trabajaba para poder sacarlos adelante y vivían en donde podían. Sus otros dos hermanos habían tenido más suerte con la vecina, las vida les trataba bien y él no quería que supieran de su sufrimiento por eso rompió todo lazo con ellos. Fueron años muy duros, en los que los tres trabajaban en lo que podían desde muy pequeños. Pepe, el pequeño, se murió de una pulmonía con 12 años. Y eso los desgarró. La vida no los estaba tratando bien y cada mañana era más dura que la anterior, ya que tenían que cargar con demasiadas penas para su edad. Los años fueron pasando y Rodrigo tenía un puesto de zapatero en una de las mejores zonas de la ciudad. Era cuidadoso y limpio, atento y delicado. Mimaba sus zapatos como si en sus manos brillaran diamantes y eso la clientela lo apreciaba. Pronto se casó con una de sus clientas, Adela, y alquilaron un piso enfrente de la zapatería. Con ellos vivía su hermano, Ricardo, al que nunca hubiera dejado solo. Pero Ricardo también contrajo matrimonio y se fue de casa. Rodrigo y Adela vivían el uno para el otro y eran felices, aunque ansiaban la llegada de sus hijos. Dos inviernos tuvieron que pasar para que Adela se quedara embarazada y eran la pareja más feliz de la ciudad. El trabajo iba muy bien. Rodrigo había montado una zapatería muy grande, en donde trabajaba su hermano de zapatero y el repasaba todo lo que hacía, pero su trabajo era vender zapatos a gente pudiente.

Pronto llegó el día en el que Adela daría luz a la niña más hermosa que jamás había visto. Sus manos rechonchitas y sus dedos pequeños se agarraban a su mano, mientras la vida de su mujer se iba a grandes bocanadas. Fue un parto difícil y complicado y Adela perdió mucha sangre. No pudo superarlo y los dejó a los dos solos. Rodrigo no tenía tiempo ni de llorar...se acordaba de sus tías y él no quería hacer lo mismo que ellas. El aprendería a cuidar a su hija con ternura y amor, no habría cuartos oscuros y no habría castigos.

Nunca faltó a su palabra y su hija se crió a su lado en la zapatería. Era una niña dulce y bien educada, era la alegría de su padre y de la tienda. Pronto comenzó su época escolar y la zapatería perdió parte de su encanto, ese ir y venir a carreras...esas risas a todas horas...pero el negocio cada día crecía más y Rodrigo no podía pensar en sus penas, solo podía pensar en seguir adelante con sus vidas. Por fin parecía que la vida le sonreía. Su negocio crecía y crecía y ya tenía tres tiendas de zapatos, con mucha clientela. El seguía queriendo mantener su zapatería inicial, donde él comenzó trabajando de zapatero, y ese negocio lo seguía teniendo. Ahora estaba a cargo de él, Gustavo, un trabajador de su confianza. Su hermano estaba al cargo de una de las zapaterías y él llevaba las otras dos. Con el tiempo, su adorada niña Adelita, se haría cargo de las tres zapaterías. Pero la vida es una caja de sorpresas, y la vida le deparaba a Rodrigo más asaltos que librar.

Hacía un día esplendido y Ricardo al ver a su hermano hablando con un cliente, se brindó él a ir a buscar a la niña al colegio. Era la alegría de las dos casas. Ricardo no había tenido hijos y Adelita era como una hija para él. Adelita salió del colegio alegre y dicharachera como era ella, y al ver a su tío se tiró a sus brazos. Iban juntos de la mano a la zapatería y la mala fortuna se cruzó en sus caminos. Un camión reventó una rueda y después de varios volantazos, montó la acera, que era por donde iban el tío y la niña.

Y Rodrigo se hundió. Y su negocio también. Nunca más volvió a ser el mismo, nunca más la sonrisa se dibujó en su cara. La vida no lo había tratado bien...o sí...depende de cómo lo mirase. Había momentos en los que pensaba que la vida había sido muy corta para él, ya que había tenido el privilegio de tener en su familia a personas inigualables. Buenas, bondadosas, alegres, trabajadoras...pero lo más importante era el amor que se tenían. El supo lo que era amar a su mujer, y a su hija...y a su hermano. El conoció el amor incondicional, el amor sin reproches. Tuvo el privilegio de tener una familia única, la cual amó con locura. A veces...pensaba que la vida lo había tratado bien...su familia le había dado todo. Otros días pensaba que la vida lo había tratado mal, que había sido cruel, le había ido robando a su familia demasiado pronto. No le había dado tiempo a disfrutar de elveía caer la nieve. Presentía que le quedaba muy poco tiempo para reunirse con los suyos. Las arrugas de la cara se alisaron y dejaron paso a una sonrisa.

Rodrigo miraba como caia la nieve...

Los años arrugan la piel, pero renunciar al entusiasmo arruga el alma.
Albert Schwaitzer
(1875-1965) Médico francés.

3 comentarios:

  1. Me encanto, un buen repaso por la vidaque nadie dice que es facil pero aveces se hace muy cpmplicado vivirla. Me encanta tu blog, no dejes de escribir.

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  2. Perdona, pero me he liado con los nombres. Comienzas el relato con Ricardo viendo la nieve caer, y terminas con Roberto en la misma escena. Imagino que es un lápsus.

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  3. Efectivamente. La escena comienza con Rodrigo no Ricardo y termina con Roberto. :(:(:( Escribir un relato corto en varias etapas es lo que tiene,a esto hay que sumarle un perro pegado a tus faldas y un hijo contandote sus problemas, por no dejar a un lado a la abuela y sus achaques, dicho todo esto, pido mil perdones por el fallo e intentare que no se vuelva a color un intruso en los relatos. Agradecida de que me leas y sobre todo, de que corrijas mis fallos, te mando un saludo y mi agradecimiento.

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