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lunes, 28 de mayo de 2018

INSTINTO ANIMAL


Es asombroso el mundo animal. Yo nunca había querido tener animales, no tenía nada en contra de ellos pero tampoco tenía nada a favor. Un día apareció un perro en el jardín de casa y se armó el gran revuelo. Mis hijos se pusieron taquicardicos y mi mujer histérica cuándo yo le daba alas al perro para que saliera de nuestra parcela. Yo observaba la escena como abducido, sin comprender que les ocurría a todos y  sin comprender que me estaban queriendo decir.  Decían que el perro se tenía que quedar con nosotros. Absurdo. Y el animal miraba con esos ojos grandes como platos y meneando la cola, como sabiendo lo que querían decir. Al final cedí pero solo por esa noche, el perro se había perdido y tenía que encontrar su camino al día siguiente. Esa noche lo dejaríamos dormir en el garaje. Se formó un griterío tremendo. Enseguida aparecieron los vecinos en la parcela y todo el mundo era a felicitarnos por nuestra nueva adquisición. ¡Era alucinante ver como sacaban las cosas del tiesto! Yo había dicho solo esa noche y así sería. Mis hijos y mi mujer pasaron la tarde jugando con ese animalito peludo, que para ser realistas, digamos que era bonito. Pasaron la tarde muy divertida mientras yo leía mis libros y los observaba desde la terraza. Se iba acercando la noche y ya comenzaron los problemas. El perro no podía dormir solo en el garaje. Era un pecado. ¡Un pecado ni más ni menos! A mi familia de pronto los estaban abduciendo. Era incomprensible que dijeran tantas tonterías por segundo. Me fui a la cama muy enfadado diciéndoles que al día siguiente el perro se iba y que tenía que dormir en el garaje. Esa noche me acosté realmente disgustado. No quería más responsabilidades y no quería un animal en casa. Me quede dormido mientras abajo los oía reírse y llamarlo por un nombre estúpido que le acababan de poner. Decisión unánime. El perro se llamaría Papi. Le pusieron el nombre para una noche.

En mitad de la noche, me desperté y me levanté a tomar un vaso de leche. Me había desvelado pensando en el perro. Salí de la cama y como hacía siempre, lo hice con la luz apagada. Tropecé con algo y me asustó. Ese algo comenzó a correr y a gemir. ¡Creo que le había pisado la cola al perro! ¡Qué demonios hacía el perro en mi habitación y al lado de mi cama! Encendí la lámpara pequeña y el perro estaba en la mitad de la habitación mirándome fijamente y moviendo la cola. Este perro era tonto. Comencé a decirle que saliera de la habitación como si de un hijo mío se tratara. Yo le explicaba que tenía que salir que ahí no podía estar, pero el me miraba y seguía moviendo el rabo. Cansado fue a ponerme un vaso de leche y el vino detrás de mí. Mientras tomaba la leche él estaba sentado a mi lado sin moverse y hasta tenía cara de risa. O me tomaba el pelo o no comprendía a ese perro. Pero ese fue el comienzo de una preciosa amistad. Ese perro a partir de ese día no se movió de mi lado. Éramos inseparables. ¿Como lo logró? Creo que me embrujó. Ese perro me conquistó a las pocas horas de llegar a casa. A partir de ese momento, nunca nos separamos. Si yo leía el estaba a mi lado en el sillón. Si me bañaba en la piscina, yo o cualquiera de mi familia, el estaba en el borde, siempre vigilante, siempre alerta. Era el mejor amigo que podíamos tener cualquiera de los de casa, lo mejor que nos había pasado.

Un día de otoño, Papi, estaba nervioso, agitado. No paraba de dar vueltas y lo que más me llamaba la atención es que no se separaba de mi hija la pequeña. Pasó el día jugando con ella y dándose mimos mutuamente. Yo tenía cosas que preparar ya que el calor ya había remitido y entre las cosas pendientes era cerrar la piscina hasta el próximo año, preparar un juicio que tenía pendientes y otras cosillas más de la casa. La mayor estaba estudiando y mi mujer haciendo un trabajo en el ordenador. Todos estábamos en casa al cuidado de los dos Papis. De pronto, los ladridos de Papi llamaron mi atención. Eran ladridos fuertes, continuos, desesperados. Tiré con todo lo que estaba haciendo ya que sabía que mi gran amigo me estaba avisando de algo. Mónica, mi hija pequeña, estaba en la piscina. Se había caído y no podía salir ya que se había dado un golpe en la cabeza. Si no llega a ser por él...la niña podía haberse muerto. Si el no hubiese ladrado, nadie se hubiese dado cuenta de lo que ocurría.

Todo quedó en un gran susto. A mi hija no le pasó nada más que vigilancia una temporada, unas pruebas por el golpe y todo bien. Pero Papi...se convirtió en el rey de la casa, en el rey del Mambo. Fue el niño mimado ...era nuestro pequeño amigo y guardián de la familia. Nosotros nos encargaríamos de que el tiempo que viviera Papi fuera el perro más feliz del mundo.

Hay tres amigos fieles, una esposa anciana, un perro viejo y dinero contante y sonante. (Benjamín Franklin)

1 comentario:

  1. Para evitar algo semejante rodee mis casa de rejas altas y gruesas, para que apenas sí el aire y poco de luz, puedan atravesarlas...

    Suerte,

    J.

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