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domingo, 3 de febrero de 2013

Los destinos del Señor son inescrutables


Helena, en medio del jolgorio y de la fiesta, logró salir con un atado por una de las puertas sin que nadie se diera cuenta de que era ella, Helena, la hija del Rey, la que abandonaba la Corte a escondidas, en pleno cumpleaños de su padre y por la noche.

Helena acababa de dar a luz a una niña preciosa, rubia, de ojos verdes como el mar. Nadie debía de saber que había dado a luz a su preciosa niña, porque esa niña era de su hermano. Su hermano la había violado una noche y ella aterrada, no había contado nada. Se lo había ocultado a su madre y a su `padre y fruto de ello nació la pequeña Helena. Iría a dejarla al convento, lejos de Palacio, donde había unos monjes que sabía que eran piadosos y se harían cargo de la niña. Ella no podía tenerla. Había ocultado su embarazo, sus padres seguramente no la creerían. Sus padres desconocían la maldad de su hermano Jaime. Violaba a cuantas mujeres le daba la gana, pues sabía que era el hijo del Rey y nadie se atrevería jamás a contar nada. Contaba con ello y sabía que sería así. Y...así era. Nadie nunca había dicho nada. Y ahora ella misma, daba a su hija a los monjes por no enfrentarse a la verdad, y decírselo a sus padres.

Miró a su pequeña niña y se vio reflejada en esa carita dulce, tierna y desamparada. Era mejor así. Nunca vería a su padre. Y nunca sabría quienes eran sus verdaderos progenitores, y nunca sabría de su dolor al tener que darla a los monjes. Pero sabía que hacía lo correcto.

Esa noche fría fue el último día que Helena vio a su hija. La dejó a las puertas del convento.


Los años pasaban y la relación de Jaime y Helena era distante. Helena se había vuelto una mujer melancólica y triste, y sus padres ya habían desistido en buscarle esposo. La rechazaban pues todo decían que era una mujer aburrida. Por su parte Jaime seguía sin contraer matrimonio. Aunque había prometido a sus padres, que traería a palacio a la que sería su mujer, y sería muy pronto, ya que estaba enamorado de una hermosa doncella. Los reyes no creían lo que su hijo decía pues ya  habían oído esa historia muchas veces como para hacerle caso. Pero un día Jaime llegó a palacio con la flor más bella que jamás nadie había visto. Los ojos de la muchacha eran como los brillantes, transparentes  limpios...puros .Helena no quiso salir de la habitación para conocer a su futura cuñada, por lo que su madre fue a reprenderla. Todo el mundo en Palacio celebraba que el futuro rey presentaba a su novia en Palacio y la alegría era contagiosa menos para Helena. Ella seguía triste y nada haría cambiar su dolor. Ante los gritos de su madre, decidió bajar a regañadientes, y allí se encontró con Isabel, la nueva novia de su hermano. Las piernas le flaquearon y el corazón parecía que le iba a salir por la boca.¡¡ Isabel, parecía  su hermana!! Dios mío...no podía ser...

Helena permaneció ausente parte de la noche. Mientras todo el mundo reía y gritaba, ella miraba fijamente a Isabel, sin poderle quitar los ojos de encima. Su mirada...era la misma que la de ella, llena de melancolía y tristeza a pesar de su juventud. A medida que la gente se iba emborrachando y perdiendo la consciencia, Helena iba perdiendo su miedo y decidió dar un paso y acercarse a Isabel. Después de un arduo interrogatorio, Helena supo que la vida de Isabel no había sido fácil Se había criado con los monjes en el convento. La habían cuidado muy bien y era una niña muy querida, pero no sabía quiénes eran sus padres y ella echaba de menos el beso de una madre. Helena ya estaba segura de que era su hija...su pequeña niña y ahora su hermano quería casarse con ella..Con su propia hija. Y eso, ya no podía consentirlo. Le había consentido demasiadas cosas y había ocultado cosas que tendrían que salir a la luz...o... ¿no?

Helena comenzó a trabar una fuerte amistad con Isabel. Y llegado el momento oportuno, le contó su historia. La niña lloraba y sus ojos  reflejaban la angustia que sentía. Helena, por primera vez en muchos años, notaba un alivio en todo su cuerpo, el alivio de contar la verdad de lo ocurrido aquella noche. Lloraron  y se consolaron juntas pero también urdieron la venganza perfecta. Se iban a encargar de que tuviera su merecido. Tanto daño no podía quedar sin su merecido.

El Príncipe, emocionado con su novia, dulce y tierna, no se percató de su parecido, algo que a los Reyes también parecía pasar desapercibido. Preparaba su boda con anhelo y ansiedad, soñando en que algún día Isabel sería suya, su mujer, la princesa. Su tierna edad y su delicadeza hacían que el Príncipe la quisiera para él solo y esperaría hasta el día de su boda para poseerla. ¡Esta vez lo haría bien! Esperaría a casarse para tenerla entre sus brazos.

El día de su boda el castillo rezumaba alegría y alboroto. Los bufones de la corte saltaban y entonaban sus picantes versos aquí y allá. La boda se celebró por todo lo alto. Príncipes y reinas de otros países acudieron  a palacio para asistir a la boda del príncipe Jaime. Su mujer, era portadora de una exquisita delicadeza que cautivaba a todo el mundo. Ya casados y cansado de beber, el príncipe Jaime fue llamado por su joven hermana, Helena, para que acudiera a su aposento. El príncipe salió del gran salón tambaleándose, gritando por el pasillo que no era el momento de hacer las paces con su hermana. Helena, le hacía señas provocativas desde el otro lado, incitándole a acercarse a la inmensa terraza. El resto de los comensales bebían cantaban y gritaban, mientras Isabel permanecía sentada, ya sabedora de que era princesa y que su madre estaría  urdiendo su trampa.

Jaime, se fue acercando a su hermana, pensando que por fin la volvería a tener entre sus brazos. Esa piel suave y aterciopela, ese olor a jazmín...lo echaba de menos. Y fue tras ella hasta llegar a la terraza. Al llegar, vio que su hermana no estaba sola. Allí se encontraban varias mujeres que en algún momento de su vida, habían sido suyas, porque él era el Príncipe, y él no tenía que pedirles permiso. Helena, contemplaba como su hermana daba paso y las miraba a todas con ojos de lujuria y pensando con cual se acostaría primero. Pero las mujeres, hicieron un círculo e invitaron a Don Jaime a que entrara en él. Le dieron vueltas mientras se reían de él y se mofaban del tamaño de su miembro viril. El Príncipe, enfadado pretendía salir del círculo y azotarla hasta la muerte, pero ellas no le dejaban salir, cada vez lo arrinconaban más. Hasta que por fin, lo arrimaron hacia la barandilla y echándole un beso con los dedos, tiraron de él por las piernas y lo soltaron al vacio. En el jardín de abajo, bajo la luna y la escarcha de la noche, yacía el Príncipe, empalado en las propias verjas de su jardín.


El clavo que sobresale recibe un martillazo.
- Proverbio japonés


10 comentarios:

  1. El destino hizo que una vez una mujer sufriera...El mismo destino permitió que tiempo después pudiera vengarse...¡Me ha encantado!

    Un beso y feliz semana!

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  2. En vilo me has tenido hasta el final y mira he respirado tranquila, recibió su merecido; aunque en la vida real no sea así leerlo alguna vez alivia.
    Besos:)

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  3. mira que estaba predestinado al incesto el muy ca...

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  4. La vida pasa la cuenta y con creces...

    Abrazos muchos Midala, espero que estés bien.
    Cuidate siempre

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  5. Hola amiga, he estado mucho tiempo sin Internet, pero aquí me tienes, disfrutando de tu relato.
    Muy bien entramado y acabado.
    Gracias.
    Con ternura
    Sor.Cecilia

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  6. La Venganza se sirve en un plato frío.
    Muy buen Relato.
    Abrazos y besos.

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  7. !!Hola,Midala!

    Q maravilloso es cuando las mujeres nos ponemos de acuerdo,y en este caso le dieron su merecido.

    Espero q todo vaya bien.Muchos besitos,preciosa.

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  8. visos de clásico Midala!! cuento que sin ser moralizante llega a las fibras éticas.
    Je, yo pensé que lo iban a desmembrar.
    Abrazo!

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