"Hoy tengo sentimientos encontrados...mamá se muere y yo no siento nada. Me siento miserable por ello y cruel, pero no puedo cambiar lo que siento por más que lo intento. Veo a mis hermanos alrededor de la cama agobiados y llorando. Y yo...aquí...apartada...en una esquina sin saber lo que hacer. No siento y quizás debiera de sentir. Grito para mis adentros que alguien me ayude a sentir su pérdida pero es imposible.
Mamá me abandonó cuando yo era muy pequeña. Me dejó en la Iglesia. Y me crié con las monjitas hasta que crecí y decidí buscarme la vida por mí misma. Mi infancia fue...triste y apagada, mi fiel reflejo de hoy en día. Las monjitas nos enseñaban a su manera...a las 8 desayuno...después a Misa...a clases...y por la tarde a clases de costura...punto...ganchillo.Y de vuelta a Misa.Nunca supe lo que era una caricia…ni un beso…nunca celebré un cumpleaños…ni unas navidades…nunca recibí un abrazo cuándo lloraba de angustia…Nuestra vida allí era negra como las tinieblas, llena de angustias y miedos.
Hoy en día sigo haciendo lo mismo. Las mismas cosas a las mismas horas. Porque me gano la vida con la costura...con el ganchillo...nada varió. Tan solo que ahora pongo música mientras coso o calceto. Tengo una buena clientela para la que hago ropa y con eso me gano la vida. Pero mi vida se sigue reduciendo a las cuatro paredes y a mis rezos.
Hace tres días, apareció por mi humilde casa un joven que me dijo que era mi hermano. Yo no tenía hermanos...ni tenía padres...no sabía de que me hablaba ese joven alto y fuerte que tenía delante de mis ojos. Me dijo que llevaban tiempo buscándome y que por fin habían dado conmigo. Era su hermana, y tenía cinco hermanos más. Estaban encantados de reencontrarse conmigo. Y mis padres aún vivían. Aunque mi madre se estaba muriendo. Yo no asimilaba lo que el joven decía y era como si lo que hablaba no fuera conmigo. Yo... ¡nooo tenía padressss! No era tan difícil de entender...a mi me abandonaron y nunca quisieron saber de mí...ahora ¿se quieren despedir?...Despedirse de mi...que me crie sola sin cariño ni amor...en medio de rezos y normas estrictas...en medio de llantos reprimidos y angustias ocultas...en medio de pesadillas tenebrosas y miedos a no ser amada nunca más. Hoy me pedían que acudiera a despedirme de mamá...como él la llamaba. Yo no tengo madre, yo soy hija de la calle, soy mi propia madre y mi propia familia. Soy una mujer marcada por lo que mi madre hizo, soy una mujer triste y enjuta, callada y amargada, no sé lo que es amar ni ser amada y hoy me piden que dé amor...
Fui con él a su casa. No era la mía. Estuve con ellos tres días mientras su madre agonizaba. Mis supuestas hermanas me decían que me acercara a la cama y hablara con ella, que le dijera que estaba ahí, para darle un beso de despedida. Pero a mi no me salía nada. Veía a una mujer mayor en la cama, agonizando, pero yo no sentía nada por ella. Solo un vacio que me aterraba. La familia estaba toda unida, y yo estaba en una esquina sin saber en dónde podía encajar. Yo allí no encajaba. Esa no era mi familia. Salí por la puerta para irme y uno de los jóvenes me agarró del brazo. Hizo una seña a todo el mundo y la habitación quedó vacía y el silencio. Me arrastró hasta la cama. Me agarró por los hombros y me sentó. El se fue. Yo contemple a la señora que tenía delante. Una mujer mayor, gruesa, con ojeras y olor a muerte. Pálida...y cuándo me acercó su mano a la mía estaba fría...tan fría como la muerte. Intentó hablar, pero se agotaba. Me apretaba la mano con fuerza y decía en bajo "mi niña". Muchas horas solas en la habitación fueron las que me llevaron a saber que había ocurrido conmigo. Yo era la sexta hija que tenía. Había nacido un día frío de diciembre y no podía darme de comer ni mantenerme. Tenía cinco hijos más. Y decidieron entre ella y su marido, dejarme a las puertas de la Iglesia. Sabían que así tendría una vida mejor. Ellos siempre me habían añorado y llorado mi marcha. Yo escuchaba en silencio y no le solté en ningún momento la mano, pero mis sentimientos eran nulos. Me hablaba de añoranza y me buscan cuándo se muere para pedirme perdón...me hablan de vida mejor...cuándo yo no sabía lo que era amor, ni tan siquiera un beso o una caricia. Era la primera vez que alguien me daba la mano...me daban las mano para poder morir en paz.
Sus explicaciones la agotaron y murió con sus manos entre las mías. Me quedé unos segundos a solas con ella e intenté llorar. Las lágrimas no se buscan...acuden...y a mí no acudían. Salí de la habitación y llamé a los jóvenes.
- No quiero que me busquéis nunca más, yo no tengo familia. Permanecí con vuestra madre por caridad, no por amor. Por favor, dejarme vivir la vida que me impusisteis. Vosotros hoy tenéis dolor. Yo solo tengo indiferencia.
Nunca más volví a saber de ellos. Y yo nunca pude amar ni ser amada. Mi vida estaba marcada por la indiferencia."
Esto es un relato que nada tiene que ver con mi realidad.
Al amor, como a una cerámica, cuando se rompe, aunque se reconstruya, se le conocen las cicatrices. Proverbio griego
Muy bueno. Me ha fascinado por lo bien que lo expones en un asunto que es muy habitual pero del que nadie nunca habla.
ResponderEliminarFelicitaciones, Doña.
Que suerte que no es tu realidad!!!, es una triste historia que aunque no es tuya estoy segura que es real para muchos otros, lamentablemente.
ResponderEliminarMe gusto. Cariños.
Un gran relato, muy bien planteado.
ResponderEliminarSaludos
Al principio pensé que se trataba de una realidad, y ya veo que es un relato, muy bien narrado.
ResponderEliminarUn beso.
Siempre logras engancharme desde el principio al final.....tienes un don.
ResponderEliminarBesazosss
TE DEJÉ UNA OPINIÓN Y NADA INDICA QUE HAYA LLEGADO A TU BLOG.
ResponderEliminarvOLVERÉ POR AQUÍ
rober
vuelvo por aq+i +ara dejarte una opinión- La primera no llegó.
ResponderEliminarVeo que estás ausebte de tu blog. Y es ,amentable para mí-
Admirable lo tuyo. me ha imprewionado más que la primera vez- Ona pena que no pueda leer algo más de tus letras,
ROBER