“A
veces, los mayores piensan que los niños somos tontos. Y no somos tontos,
solamente no sabemos lo que los mayores sabéis. Pero no por eso mis padres
deben de pensar que ignoramos todo lo que ocurre a nuestro alrededor.
Papá y
mamá no paran de discutir en todo el día, y mi hermano y yo estamos siempre
tristes. Papá siempre le dice a mamá que no lo amenace con dejarlo, porque las
consecuencias pueden ser terribles. Y mamá ante estas palabras llora sin parar.
Con eso me parece entender que mamá quiere dejar de vivir con mi papá, y yo
creo que es lo mejor. ¿Porque nadie nos pregunta a nosotros? Están todo el día
discutiendo y llorando. Y después papá la emprende con nosotros. Nos grita y
nos insulta. Nos dice que todo es por nuestra culpa y nos llama pequeños
idiotas e inútiles.
De
mayor yo quería ser médico, para enseñarle a papá que no soy inútil, y así
poder ayudar a mamá para que deje de llorar.
Cuándo
mamá se va a trabajar, papá nos riñe mucho y nos pega. Nos dice que si se lo
decimos a mamá nos pegará mucho más y después lo hará con ella. Por eso siempre
estamos callados, en silencio. Y nunca diremos nada. A mi hermanito pequeño le
tengo muy enseñado a que tenemos que guardar silencio y andar siempre
escondidos por la casa, para que papá no nos vea. A veces, cuándo estamos solos
con él, si nos ve pasar a su lado, nos tira la zapatilla a la cara y nos da
pellizcos en los brazos o en las piernas. ¡Duele mucho! Pero nos callamos por
mamá.
Un día,
la discusión fue muy grande. Mamá decía que no podía más, y que tenía que
marcharse de casa. Papá la empujaba y cayó al suelo varias veces. Nosotros nos
escondimos debajo de la cama, y yo le daba la mano a mi hermanito. Veíamos a
mamá como caía al suelo y gritaba que se marchara, y papá estaba tan nervioso
que no paraba de chillar. De su boca salían insultos y amenazas. Era peor que
otras veces. Pero de pronto todo se calmó. Mamá nos vino a buscar. Nos abrazó
llorando y nos dijo que esto iba a terminar muy pronto, y que no volveríamos a
ver como papá y mamá se peleaban. Nos dio besos y nos preparó la cena. Nos
metió en cama y nos leyó un cuento como todas las noches. Esa noche quisimos
dormir los dos juntos. Yo quería estar con mi hermanito porque sabía que mamá
se iba a ir a trabajar y papá la emprendería con nosotros de nuevo.
Y la
emprendió. Y juró que mamá nunca lo dejaría solo. Y que se iba a acordar de
todo lo que le había dicho. Y después de gritarnos y pegarnos como siempre, nos
dijo que nos acostáramos y que lo dejáramos en paz. Pero antes nos dio algo
para beber a los dos. Eran unos polvos que sabían muy mal.
Nos
acostamos juntos temblando y esperando que no volviera a la habitación y que
pronto se hiciera de día, para que llegara mamá y cumpliera lo que nos dijo.
Que esto pronto se acabaría."
El
fumaba un pitillo en el porche de su casa. Miraba al cielo sin ningún tipo de
sentimiento. Cogió la lata y fue derramando poco a poco gasolina por toda la
casa. En especial en la habitación de sus hijos. Ahí hizo hincapié en que no
quedara ningún rincón sin rociar. Y prosiguió derramando el líquido por toda la
casa. Después entró en la habitación de sus hijos y comprobó que no respiraban.
Y tiró su pitillo en uno de los charcos de gasolina. Pronto la casa comenzó a
arder y él contemplaba desde fuera como el fuego iba destruyendo lo que en
algún momento fue su vida. Y comenzó a alejarse.
No hay más infierno para el
hombre que la maldad de sus semejantes.
Marqués de Sade
(1740-1814) Escritor francés.
Cuando el infierno nos lo creamos y alimentamos nosotros
ResponderEliminarBuen domingo
Cariños
Muy buena reflexión...
ResponderEliminarMierda que fuerte, y disculpe la expresión, pero wow....
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