Te había ido repentinamente una mañana de otoño, y yo no
supe encajar la vida sin ti. Todo dejó de tener sentido, no había
alicientes...no había motivos para vivir, no había motivos para nada. Me hundí
en la depresión más grande que podía imaginar. Todos los días eran
noche...todos los días eran negrura, una negrura espesa y densa. La vida era difícil
sin tú presencia física, sin tus consejos, sin tu amor desinteresado, sin tú
compañía, sin tus risas y bromas. Era difícil emprender una nueva vida sin
contar contigo. Nadie podía suplirte, nadie podía reemplazarte, nadie podía
consolarme. Recuerdo una vez en la que me dijiste que aunque te murieras,
harías lo posible para permanecer a mi lado, para cuidarme, para seguir amándome.
Y ahora...no estabas conmigo. Te debías de haber encontrado con fuertes
barreras porque yo no notaba tu presencia y eso hacía la pena más amarga.
Estaba pendiente de cada cosa que ocurría a mi alrededor, cada ruido de
escuchaba...siempre pensaba que eras tú mandándome señales. Señales que estabas
a mi lado, señales que me avisarían de que hay otro mundo y en el que en algún
momento podríamos volver a estar juntos.
Pasaban los días y el comienzo
de los meses y yo seguía hundida en el lodo, en el fango. La vida no tenía
sentido, estaba sola en el mundo y no encontraba ningún aliciente para seguir
con mi vida. Ese día, yo miraba las pastillas que estaban encima de la mesa con
cierta fijación. Elucubraba sobre cómo podía detener mi vida, pero el miedo era
más poderoso que yo, y dudaba. De pronto, las dos cajas de pastillas se cayeron
al suelo. ¡Ahí supe que estabas a mi lado, que por fin habías logrado
alcanzarme y estabas conmigo! Habíamos hecho un pacto, si había vida después de
la muerte, te pondrías en contacto conmigo. Ansiaba cada cosa distinta que
ocurría en la casa, cada pequeño detalle que me llevaran a intuir que eras tú,
que me protegías, que estabas a mi lado. Los días pasaban y los acontecimientos
iban ocurriendo. Tirabas vasos, movías sillas, me desordenabas la ropa. Y yo
era feliz, te sabía a mi lado. Una noche, creí escuchar tú voz llamándome. No
quería obsesionarme pero...eras tú. Y de pronto...escuché también la voz de tú madre.
¡Hablabais entre los dos, como si yo no os escuchara! Comentabais lo
desesperada que estaba, y tú madre decía que siempre había estado un poco loca,
y tú pérdida me había trastornado más. Yo no sabía si reír o llorar. ¡Mi suegra
también había venido! Esa noche fue divertida. Me sentí acompañada de nuevo.
Estabais los dos pero se iba sumando gente, la vecina del 2 piso que se había
muerto recientemente y el seño Paco, el de la tienda, que le había quedado a
deber una de las facturas de la compra. Hablaron hasta el amanecer. Era un jolgorio
de voces que no paraban ni un segundo. Al alba mi cabeza estallaba. Intenté
irme a descansar pero los escuchaba desde la cama. Eran conversaciones
divertidas y con muchas risas, pero después de varias horas se hacían
agotadoras. Me quedé dormida mientras seguían parloteando. Caí en un sueño
profundo y relajante. Por fin había conseguido dormir después de tantos meses.
Cuándo a media mañana me desperté, seguíais hablando y yo me senté a
escucharos. Quería hablar con vosotros pero no me escuchabais. Intente saber cuántos
estabais allí. Erais demasiadas voces, demasiadas personas hablando. Descubrí
que se habían sumado mas personas. Distinguí la voz de Maria, mi amiga, la de
Pedro, y varias voces más que no era capaz de recordar. Me senté a escucharos, tú
decías que eso de la muerte era un asco. Que nos vendían algo muy bonito y
aquello era todo menos bonito. Pronto todas las voces comenzaron a opinar y de
nuevo la jauría humana volvió a llenar la casa de voces y gritos. ¡Todos
opinaban sobre la muerte y sus consecuencias y unos pisaban a otros al querer
hablar! Fueron horas de cuchicheos, risas y voces en alto, hasta que finalmente
me cansé y grité hasta que me dolían los pulmones. ¡No aguantaba ni una opinión
más! se oyeron risas y más risas, ¡¡¡se estaban riendo de mí!! Ya era lo que me
faltaba. Sonó el timbre de la puerta y era mi vecina y amiga, Ángela. Me había
escuchado gritar y venía a ver si me encontraba bien. Opté por hacerla pasar y
que ella misma escuchara. El silencio era abrumador. Las voces habían
desaparecido. Nadie hablaba, era como si se confabulasen para hacerme quedar en
ridículo. Ángela pasó un rato conmigo y yo decidí no comentarle nada ya que
había un silencio absoluto en mi casa. Hablamos y le conté como te echaba de
menos, a lo lejos...ligeramente...escuché una risa. Giré mi cabeza para todas
partes y afiné mis oídos. Si. Se escuchaban unas risas a lo lejos. Me enfadé y
elevé la voz de nuevo gritando. Ángela estaba descompuesta, mirándome con los
ojos salidos de las cuencas. Yo intenté explicarle lo que estaba ocurriendo,
pero ella asustada intentaba consolarme y decirme que me relajara. Fue a la
cocina y me hizo una tila, en ese momento yo aproveché para reñiros, no podíais
hacerme eso, Ángela iba a pensar que estaba loca. Mientras os reñía la observé
de refilón mirarme desde la cocina asustada. Salió de casa asustada,
descompuesta por mi forma de actuar y ahí estabais vosotros de nuevo
parlamentando. Mi casa volvía a ser un bullicio de voces. A la media hora
llamaron a la puerta, cuando abrí, como por arte de magia, las voces se
callaron. Ángela había llamado a la ambulancia y venían los médicos. Yo me
revelé e intente explicar lo que estaba ocurriendo, pero el médico parecía no
hacerme caso. Intentaba hablar conmigo y me dio una pastilla y me puso una
inyección. Ya no me enteré de nada más. Solo escuché la palabra esquizofrenia,
y me dormí.
El médico, seguido de Ángela, abandonó
la casa. Me llevaban al hospital. Tenían que ingresarme en la unidad psiquiátrica.
Tenía delirios y escuchaba voces. Eso era motivo de ingreso.
Ángela cerró la puerta de mi
casa llorosa y quejumbrosa. De pronto, escuchó voces en el interior. Mechas
voces a la vez, atropellándose al hablar y carcajadas muy sonoras. Abrió la
puerta asustada y las voces dejaron de escucharse. Asustada cerró la puerta de
nueva y de nuevo volvieron a escucharse las conversaciones en tono elevado y
atropelladamente, voces de hombre y de mujer, voces alegres y voces asustadas,
voces...distintas voces. Ángela desesperada, bajó las escaleras
atropelladamente. Quería avisar al médico de lo que ocurría, pero...apoyo mal
el pie y cayó escaleras abajo.
“Ser visto es
la ambición de los fantasmas. Ser recordado, la de la muerte”. Anónimo
Realmente bueno ...
ResponderEliminarSaludos
Mark de Zabaleta
Me gusto el relato
ResponderEliminarNada peor que los vecinos metomentodo...
ResponderEliminarSaludos,
J.
Muy bueno
ResponderEliminarMe alegro que le gustara. Gracias por el comentario.Un saludo
EliminarMuy bueno
ResponderEliminarGracias. Me alegra que le gustara.
Eliminar