Amelia, era una mujer mayor. Había sido inmensamente felíz, pero ahora, a sus años, lo único que le quedaban eran unos cuántos achaques y una pensión mínima.
Vivía en un pisito alquilado, en el centro de la ciudad. Siempre habían vivido ahí. Cuándo estaban todos, su casa había sido una casa muy alegre. Su marido cantaba a todas horas. Había sido maquinista de trenes. Era el mejor hombre del mundo. La había hecho muy féliz, a ella y a sus hijos. Había tenido dos hijos, pero ya quedaba ella sola esperando a reunirse con ellos. Su vida ahora, era una continua espera. Esperar solo reunirse con los suyos.
La pensión que le había quedado de su marido, era muy baja, 300 euros que no sabía como estirarlos. Pagaba el piso, que era de renta baja, por lo que todos los meses ingresaba en el banco 60 euros. Empezaban a hablar de que los querían hechar para hacer un gran edificio en el centro de la ciudad. Amelia solo esperaba tener un poco de suerte y ya no estar aquí cuándo decidieran hacer eso.
Llevaba toda la vida comprando en la misma tienda. Había conocido a sus dueños por que ella les fué siempre fiel. Cuándo habrieron supermercados, cerca de su casa, ella siguió comprandoles a José y a María Jesús. Ahora les ayudaban sus hijos en las tareas de la tienda.
Amelia, iba todos los días a comprar el pan y una pieza de fruta, o un tomate o una lechuga. A mitad de mes, el dinero empezaba a ser muy justo y Jose hijo, le decía que ya pagaría cuándo cobrara. Qué se lo anotaba en la cuénta que allí tenía ella. Ella les estaba muy agradecida, pués si no no podría comer.
A primeros de mes, lo primero que hacía, era salír del banco e ir a pagarles. Siempre la recibían el señor Jose y su mujer, mientras su hijo preparaba las bolsas.
-Vengo a pagarles queridos amigos, si su ayuda no se que sería de mí.
-¿Pagarnos? querida Amalia, usted nunca deja nada a deber!!! Dice Don jose mes, tras mes.- Es más doña Amalia, fijese, estos alimentos me van a caducar, lleveselos a casa y alimentese bien, ande. Todos los meses me dice lo mismo y usted nunca deja nada a deber doña Amelia.Vayase tranquila.
María Jesús, la mira , sonrie y asiente... La conoce de toda la vida. Envejecieron juntas, una con más suerte que otra.
Amelia llega a casa, con su bolsa como si de los reyes se tratara. Saca la lechuga, la fruta, el arroz,las lentejas, las habas...
Lo que Amelia no mira, es la fecha de caducidad. Todos los alimentos enlatados caducaban muchos meses después.
A bien obrar, bien pagar.
Me encantan tus relatos, siempre con mensaje para hacernos reflexionar.
ResponderEliminarBesos
Ahhhh Maria...que haría sin ti????eres la unica que me lees ajjajajajajajaj pero...me gusta escribir, da igual.Millllll gracias corazon!!! Midala
ResponderEliminarPerdón, perdón, perdón... siempre he ido a otros blogs tuyos; pero me quedaré con éste, sí, señora, me quedo en pleno y rígido como lector. Escúchame -léeme-, es una historia muy tierna; y, honestamente, sobre lo de la caducidad, creo que a la protagonista no le importará tanto. Un abrazo. Repito, me ha enternecido el relato.
ResponderEliminarEs un honor tenerte aquí julio y que tú, precisamente digas que te parece una historia tierna, con lo que tú escribes....es digno de doblarme como los japoneses y darte la bienvenida jajajajjajajajja. Besitos y mil gracias de todo corazón
ResponderEliminarMi querida Midala: Afortunadamente siempre podemos encontrarnos con personas de gran corazón y que no se vanaglorían de ello.
ResponderEliminarEs un relato sumamente tierno.
Brisas y besos.
Malena
Gracias nacida en Africa, desde luego es un honor teneros por aqui y que paseis a leer mis relatos cortos,que pretendo hacer con todo mi cariño y siempre con moraleja. A veces...creo que estamos tan deshumanizados que pretendo escribir de forma tierna y sensible para no notar la crueldad del mundo en que vivimos. Saludos y mil gracias africa!!
ResponderEliminarQuerida Amiga..
ResponderEliminarConcordo contigo mais ainda exite um coração bom nesse mundo creia nisso.
Estou seguindo seu blog convido a seguir o meu beijos no coaração,Evanir