Juan, recordaba lo que les había acontecido años atrás, y les
había cambiado la vida para siempre. Salieron radiantes y contentos del
Juzgado. Por fin se habían casado. Después de compartir sus vidas durante un
año, decidieron que era el momento de pasar a llamarse señor y señora de.
Más que nada, porque la madre de Ana no paraba con la misma canción siempre, debía
de casarse, los papeles siempre hay que tenerlo en regla y uno de los papeles
más importantes, es el del matrimonio. Pues ya estaba. Estaban casados.
Al día siguiente,
se marchaban con su coche para coger el avión, pero para ello, deberían de
desplazarse a otra ciudad. Estaban nerviosos y felices, harían el gran viaje de
sus vidas, Viena. La gran ilusión de Ana, era conocer Viena y Juan, había
decidido que esa sería su luna de miel. De camino al aeropuerto, Ana se quedó
dormida en el coche, después de una larga conversación, mezclada con sus risas
y sus espavientos. Ana estaba radiante. Juan conducía escuchando su música
preferida, música clásica y pensando en su boda, en los momentos que habían tenido
divertidos y emocionantes. La música relajante, el calor y el sueño
acumulado hicieron que Juan se quedara unos segundos adormilado, y que la
tragedia se cebara con ellos. Ana pasó un año internada, estaba parapléjica, y
lo culpaba de lo ocurrido y de su situación. Cuándo le dieron el alta, ella no
quería irse a casa con él, su sola presencia le recordaba que se durmió y que
por ello, ella estaba en esa situación, mientras él, podía andar y moverse,
podía ir y venir y ella, dependía para todo de él.
La vida los había
golpeado fuertemente. Ana sin Juan no podía vivir, y su sola presencia la
alteraba. Juan estaba cansado y harto ya vivir de esa forma. Se pasaba el día
corriendo del trabajo a su casa y cuándo llegaba a su casa, agotado y nervioso,
lo único que lo recibía era el gruñido de Ana, que postrada en su cama veía
pasar los días en la misma posición, sin poder moverse. Quién así la
había dejado, lo necesitaba para vivir. Su verdugo y su salvador. El poco
diálogo que mantenían era gracias a su enfermera. El resto del día, Ana lo
pasaba en silencio esperando la muerte.
Juan, deseaba el fin
de esa situación. Soñaba despierto con la muerte de Ana y su liberación.
Deseaba no sentir el peso de esa responsabilidad que lo asfixiaba, no sentirse
culpable por lo ocurrido. Quiso a Ana más que a su vida, pero ahora mismo era
su fuente de conflictos interna, era su angustia y su infelicidad. Si ella lo
culpaba a él del estado en el que estaba, él la culpaba a ella de su
infelicidad.
Juan, estaba
sentado en el sillón, al lado de la cama donde Ana permanecía quieta y con la
mirada fija en el techo. El sabía que le debía el estar a su lado, a pesar de
su infelicidad. O... ¿no? Se levantó y cogió una jeringuilla. No tenía nada en
ella. Ana lo miró con cara de terror. Se acercó a ella y le dio un beso en la
frente.
-Te quise Ana, más
que a mi vida, pero ya no.
A mi prójimo quiero pero a mí el primero.
Mejor que no pase... Ante el sueño, parar...
ResponderEliminarDuro relato, más de lo que parece.
Desde luego,ha de ser una situación terrible de la que opinar resulta difícil.
ResponderEliminarEsa realidad,por ambos lados,es una crueldad.
Un beso.
En este relato colocas al varón en el callejón sin salida o con salida única : pegarle un tiro a ella o pegarselo él.
ResponderEliminarLo bonito hubiera sido que él se hiciera misionero en las tribus cortacabezas de Africa, y que ella montara desde su cama un Casino clandestino y a forrarse.
Sugiero.
Mil besos, Midalita
!!Hola,MIdala!!
ResponderEliminarUna historia triste de rencor sin olvido.Estupenda narración,me ha entusiasmado.
Pienso q no son los hechos los q nos hacen sufrir sino el significado q le damos al acontecimiento, cómo cada quien percibe, ve, oye y siente la experiencia y como lo graba en su memoria.Lo coherente seria q para liberarnos de la pesada carga del recuerdo q lastima debemos primero olvidar y luego perdonar,no podemos cambiar los hechos, pero si la experiencia de los mismos. Quizás, deberían haberse esforzado en transformar el recuerdo y acelerar el olvido del mismo.Difícil pero no imposible.
Muchísimos besitos,midala,espero q tu padre este mejor.
Realmente intenso...excelente relato !
ResponderEliminarMark de Zabaleta
Mi padre!!!! que final
ResponderEliminarEres una narradora estupenda
Mil abrazos
Inmensa dureza la de este relato, Midala. Logras una gran construcción de los personajes en una trama aspera, espinosa.
ResponderEliminarBuen trabajo.
Un abrazo,
Buffff, él no tuvo culpa ninguna de quedarse dormido, yo no le veo como su verdugo, sí a ella con todo su egoismo, y así le pasó, se cargó la vida de su esposo haciendole cometer algo que no queria, pero en esas circunstancias a uno se le puede ir a la olla y hacer lo que en el fondo, verdaderamente no desea.
ResponderEliminarTodo bien mi niña? Lo primero es lo primero.
Mil besossss!!
Intenso, Profundo, desconcerante y maravillosamente relatado.
ResponderEliminarUn abrazo, Midala.
¡Dios, que final! Por las dudas , no decir ni protestar sobre lo que pensamos.
ResponderEliminarComo siempre muy buen relato. Un abrazo querida Midala.
Los vínculos, tan candorosos al inicio, terminana por envenenarnos el ánima.
ResponderEliminarSalud!
Me ha gustado, y gustado.
Un crudo relato, muy común, por mi profesión , te lo digo.
ResponderEliminarUn relato muy conciso y bien hecho.Te felicito.
Gracias por tus comentarios, siempre me dejas con un hermoso calor humano, que desprenden tus letras para mi.
Con ternura
Sor.Cecilia
Me hizo acordar tu cuento, de los trágicos griegos. UN beso. carlos
ResponderEliminarEn un instante.
ResponderEliminarUn descuido, una tontería, un gesto sin importancia, sin consecuencias la mayoría de las veces, basta.
Para entrar en el infierno. Muy bueno.