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viernes, 9 de agosto de 2013

En las alegrías y en las penas

Cuándo nos conocimos lo primero que hicimos fue pegarnos ¿te acuerdas? Ese fue nuestro primer encuentro. Yo llegaba cansado y me quería sentar en un banquillo, tú dijiste que era tuyo y ese fue el comienzo de nuestra primera trifulca. Yo aún no sabía lo que era la calle. Había perdido mi empresa, mi trabajo, mi casa, mi mujer, mis hijos, lo había perdido absolutamente todo. Lo único que conservaba, era una foto, en una linda casa, donde todos reíamos felices. Eran tiempos buenos, muy buenos. Esa foto era de unas navidades en las que nos juntábamos todos en mi casa, mis padres, mis suegros y los hermanos. Yo vivía muy bien y desahogadamente. Pero todo empezó a ir mal y de mal en peor y...así me veo en la calle. Esas cosas que uno nunca piensan que le pueden pasar, pues a mí me ocurrió eso mismo. Me pasó que me quedé sin nada, hasta sin familia. Cuándo las cosas van bien, todo resulta muy fácil, pero...cuándo falta el pan para comer, y todos tienen hambre es cuándo realmente se ve quiénes somos y como somos. Y pasé a ser un sin techo. Es muy difícil ser un hombre sin futuro ni casa, ni amigos... Tienes alojamiento los días de mucho frío, sí. Esos días se ocupan de nosotros pero después volvemos a la calle. Algún alma caritativa te acerca un café o te vienen a buscar los asistentes sociales para ofrecerte alojamiento si la noche es muy fría, pero si te vas...pierdes tú sitio, la noche siguiente te arriesgas a no tener tu "alojamiento".


Una noche fue cuándo conocí a Juan. Juan era un borrachín muy simpático. Yo ya iba conociendo a la gente de la calle, iba teniendo una idea de a quién te debes de acercar y a quién no. Nuestro primer encuentro fue lastimoso. El creía que yo le iba a sacar su sitio para dormir y yo solo quería sentarme un rato, discutimos y nos pegamos. Pero ese fue el día en que encontré un amigo de verdad. Juan nunca más me abandonaría. Estaría a mi lado en los días grises y en los días nublados, cuándo hay tormenta o cuándo sale el sol. Había encontrado un amigo, un amigo que nunca tuve, pues estaba rodeado de ellos pero cuándo las cosas empezaron a ir mal se evaporaron. A Juan, lo habían abandonado sus padres cuándo era un niño pequeño. Se crió en todos los reformatorios de la ciudad y al alcanzar la mayoría de edad, se fue a vivir a la calle. Vivía de la limosna, al igual que ahora hacía yo, y cuánto dinero sacaba era para beber. El bueno de Juan decía que bebiendo se olvidan las penas y que las venas se curten, que era mejor beber para no sentir ni el dolor de la soledad ni el frío. Qué razón tenía Juan. Había noches en las que teníamos que dormir en el mismo saco para darnos calor, la vida de la calle era más dura de lo que uno se puede llegar a imaginar. Juan se arrimaba a mí y me decía que diera un sorbo para no sentir el frío. Llegamos a ser inseparables. Si alguien podía arrancarme una sonrisa, ese era él. No había ninguna duda, era una persona alegre y generosa, aunque a veces la bebida le cambiaba su forma de ser y se volvía agresivo. Entonces estaba yo para ayudarlo y calmarlo. Forjamos una bonita amistad, en la que yo le enseñé a leer en sus ratos de lucidez, él me enseñó cómo hacer para paliar el frío...era todo un enseñarnos cosas nuevas. El cosas de la vida de la calle, yo cosas que había aprendido cuándo vivía como un señor y tenía casa y cama donde dormir. ¡Hasta pensábamos en dejar la bebida! Pero esas noches de frío era imposible. Hacíamos planes y nos protegíamos como si fuéramos hermanos, más que hermanos, la calle nos había unido.

Cierta noche de diciembre, hizo muchísimo frío. Por más que poníamos periódicos en el suelo y cartones no lográbamos entrar en calor, y solo deseábamos que llegara el día. Esa noche murió un mendigo en nuestra ciudad. De frío. Qué tristeza. La segunda noche, ya habían vaticinado que tendríamos temperaturas bajo cero durante varios días, pedimos limosna para intentar dormir en algún albergue o un hostal pero no conseguimos casi nada. Llegada la noche tapamos nuestra esquina con cartones y papeles, nos metimos dentro con nuestras cazadoras y sacos pero el frío nos traspasaba hasta llegar a los huesos. Recuerdo que tú comenzaste a decir tonterías por el frío que tenías y yo te reñía diciendo que tenías que dejar de beber. Al final, los dos terminamos diciendo bobadas y riéndonos solos. Era la primera fase. Después ya todo fue muy rápido. Los escalofríos eran mayores y parecía que convulsionábamos. No nos veíamos, pero estábamos azulados. Pronto entramos en la tercera fase, la confusión. Yo no paraba de decirte que donde estaba, que esa no era mi casa, y tú te agarrabas a mí y con cariño me decías "Pero home, non sufras e bebe" (Pero hombre, no sufras y bebe).Así, como si él destino nos tuviera guardada esta muerte para nosotros, dos amigos juntos, que la calle unió y ni la muerte nos separó. Nos fuimos juntos, una noche de enero de 1981.

Dedicado a los que pasan frío, hambre y miedo.Esta historia no fué ficción, la base de ella,son hechos reales.

Si sientes que todo perdió su sentido, siempre habrá un ¨te quiero¨, siempre habrá un amigo. Un amigo es una persona con la que se puede pensar en voz alta.


Ralph Waldo Emerson (1803-1882) Poeta y pensador estadounidense

2 comentarios:

  1. !Hola,Midala!

    Una triste pero a la vez bella historia,de perdida,y amistad por encima de cualquier penuria.
    Me gusta tu forma de describirlo.Muchisimos besitos,midala.

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  2. Una historia tierna y entrañable, a pesar de la dureza y miseria.
    (Dicen que "los amigos son los hermanos que elegimos")
    Muy bien contada, Midala.
    Un abrazo.

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