Ana contempla a su madre con ojos llenos de tristeza. Su madre es una
mujerona, fuerte, grande y hermosa. Una mujer enérgica que desprendía vitalidad
por todos los costados. A veces...demasiada vitalidad. Ana recordaba sus años
de juventud, cuándo su madre sacaba adelante la casa, con sus cinco hermanos, y
los abuelos, que vivían con ellos. Amalia parecía una mujer incansable, tenía
la casa como los chorros del loro y a sus hijos siempre impecables. Los
mandilones del colegio siempre eran los más relucientes. Cuidaba mucho la
limpieza tanto de los niños como de la casa. Era querida por todo el vecindario
pero tenía un gran secreto. A veces...se sumía en un estado de letargo en
el que le molestaba todo el mundo. Ahí era cuándo salía la verdadera Amalia. La
que nadie conocía, la gran desconocida para los extraños y la madre cruel para
sus hijos. Amalia tenía ese punto de crueldad que a veces es imposible
percatarse de él. En esas temporadas, todos teníamos que andar con pies de
plomo por casa. Una palabra más alta que otra...cualquier discusión entre
hermanos...era motivo de un cambio brusco de humor. Primero salían volando sus
zapatillas, a quién le dieran bien dado estaba. Pero después nos encerraba en
el cuarto de la despensa. Nos podía dejar ahí el tiempo que le diera la gana.
Los abuelos ni veían ni oían. Como las figuras de los monos del salón. Ni
ver...ni oír...ni hablar. Ese parecía el lema de mi casa. Cuándo papá llegaba a
casa, todo estaba ya en calma y parecíamos una familia más. Mamá nos tiene dejado
sin comer un día entero, nos pegaba con el cinturón de papá y nos escupía. Las
bofetadas eran continuas, pero estos episodios no eran continuos ni todos los
días. Eran por rachas. Hoy...creo saber qué enfermedad tenía mamá,
independientemente de que era una mujer mala mamá tenía una enfermedad mental.
Episodios de depresión y noches sin dormir...irritabilidad constante en esas
temporadas...Mamá era una mujer enferma. Ahora era todo blanco...y al momento
todo negro. Papá no la entendía pero nunca pensaba que nos pusiera una mano
encima. El era distinto. Era un hombre bueno y bondadoso. Trabajador incansable
trabajo hasta su muerte. Un día en la mina en la que trabajaba, hubo un
desprendimiento y ese fue el final de papá. Era la única alegría que teníamos. Cuándo
él llegaba a casa. En esas épocas malas...la llegada de papá era ver el cielo. Después
de tantas horas de trabajo, aún venía con ganas de jugar con nosotros y de repartir
caricias. Si mamá estaba en un día bueno jugábamos todos juntos, hacíamos
puzles, que era algo que nos gustaba a todos. En esos momentos se puede decir
que éramos felices. Eran momentos inolvidables...rodeados de paz y
tranquilidad. No teníamos esa tensión continua que nos atormentaba ese no saber
si hacíamos algo mal y desencadenábamos el enorme enfado de mamá.
Hoy mamá se muere, y se muere sola, solamente estoy yo a su lado. Los demás
hijos no quieren estar con ella, ni cuidarla...ni visitarla. A medida que íbamos
creciendo nos fuimos marchando de casa. Los abuelos se murieron y mamá quedó
completamente sola. Con un gato callejero que un día subió a casa y presiento
que llevaba la misma vida que nosotros. Hoy mamá se va y se lleva de este mundo
el desprecio de sus hijos y el odio que ella misma fue creando en todos. Pero
yo...sigo pensando que mamá es una enferma, que debería de haber pasado su vida
en un hospital, que los abuelos debieron de haberle explicado a papá lo que
pasaba en casa y las cosas quizás hubieran sido de otra manera. Yo le doy la
vuelta a la tortilla y no la culpo a ella de todo lo que nos ocurrió, quizás
más culpa tuvieron los abuelos. Era mejor no enfrentarse a ella no fuera que
los echara de casa...era mejor que nos pegara y que fuera poniendo en nosotros
la semilla del odio.
Ana contempla como los ojos de su madre se iban cerrando...se acercó y le dio
un beso en la frente de despedida. La madre abrió los ojos y la miró con ojos
de desprecio. Para Ana no pasó desapercibida esa mirada, pero pensó que su
madre era una persona enferma. Le apretó la mano y le dijo que descansara
tranquila. Su madre gruñó unas palabras ininteligibles y cerró los ojos.
Ana salió de la habitación y cogió al gato en los brazos. Lo acarició y lo
besó, quizás estaba también falto de cariño.
“Haz bien y no mires a quién.”
Midala
excelente relato . eres muy talentosa un beso ricardo
ResponderEliminarGracias Ricardo. Muy amable por tus palabras. Otro beso para tí.
ResponderEliminarExcelente y triste relato .
ResponderEliminarPor desgracia vivencias como esa , ocurren en la realidad .
Muchos besos
Francamente bueno...
ResponderEliminarSaludos
Una historia muy buena, sabes calar hondo, como siempre. Me gustan mucho tus relatos.
ResponderEliminarTambién te voy a decir, que tal vez yo no sé interpretar la narración como la quieres expresar, pero me suena un poco raro como narras desde fuera, luego en primera persona y acabas otra vez en tercera persona. En cualquier caso, ya te digo q muy buena historia.
Sigue así.
Preciosa historia, pasaba para saludarte y leerte. ;)
ResponderEliminarUn abrazo !!
Simplemente excelente. Nunca dejes de escribir...
ResponderEliminarLa utilize para un trabajo de clase y me gustaria decirle que es una historia preciosa y excelente, enhorabuena! Siga escribiendo y emocionandome con sus relatos. Saludos.
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