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martes, 9 de junio de 2015

UNA BUENA HIJA

Ana contempla a su madre con ojos llenos de tristeza. Su madre es una mujerona, fuerte, grande y hermosa. Una mujer enérgica que desprendía vitalidad por todos los costados. A veces...demasiada vitalidad. Ana recordaba sus años de juventud, cuándo su madre sacaba adelante la casa, con sus cinco hermanos, y los abuelos, que vivían con ellos. Amalia parecía una mujer incansable, tenía la casa como los chorros del loro y a sus hijos siempre impecables. Los mandilones del colegio siempre eran los más relucientes. Cuidaba mucho la limpieza tanto de los niños como de la casa. Era querida por todo el vecindario pero tenía un gran secreto.  A veces...se sumía en un estado de letargo en el que le molestaba todo el mundo. Ahí era cuándo salía la verdadera Amalia. La que nadie conocía, la gran desconocida para los extraños y la madre cruel para sus hijos. Amalia tenía ese punto de crueldad que a veces es imposible percatarse de él. En esas temporadas, todos teníamos que andar con pies de plomo por casa. Una palabra más alta que otra...cualquier discusión entre hermanos...era motivo de un cambio brusco de humor. Primero salían volando sus zapatillas, a quién le dieran bien dado estaba. Pero después nos encerraba en el cuarto de la despensa. Nos podía dejar ahí el tiempo que le diera la gana. Los abuelos ni veían ni oían. Como las figuras de los monos del salón. Ni ver...ni oír...ni hablar. Ese parecía el lema de mi casa. Cuándo papá llegaba a casa, todo estaba ya en calma y parecíamos una familia más. Mamá nos tiene dejado sin comer un día entero, nos pegaba con el cinturón de papá y nos escupía. Las bofetadas eran continuas, pero estos episodios no eran continuos ni todos los días. Eran por rachas. Hoy...creo saber qué enfermedad tenía mamá, independientemente de que era una mujer mala mamá tenía una enfermedad mental. Episodios de depresión y noches sin dormir...irritabilidad constante en esas temporadas...Mamá era una mujer enferma. Ahora era todo blanco...y al momento todo negro. Papá no la entendía pero nunca pensaba que nos pusiera una mano encima. El era distinto. Era un hombre bueno y bondadoso. Trabajador incansable trabajo hasta su muerte. Un día en la mina en la que trabajaba, hubo un desprendimiento y ese fue el final de papá. Era la única alegría que teníamos. Cuándo él llegaba a casa. En esas épocas malas...la llegada de papá era ver el cielo. Después de tantas horas de trabajo, aún venía con ganas de jugar con nosotros y de repartir caricias. Si mamá estaba en un día  bueno jugábamos todos juntos, hacíamos puzles, que era algo que nos gustaba a todos. En esos momentos se puede decir que éramos felices. Eran momentos inolvidables...rodeados de paz y tranquilidad. No teníamos esa tensión continua que nos atormentaba ese no saber si hacíamos algo mal y desencadenábamos el enorme enfado de mamá.

Hoy mamá se muere, y se muere sola, solamente estoy yo a su lado. Los demás hijos no quieren estar con ella, ni cuidarla...ni visitarla. A medida que íbamos creciendo nos fuimos marchando de casa. Los abuelos se murieron y mamá quedó completamente sola. Con un gato callejero que un día subió a casa y presiento que llevaba la misma vida que nosotros. Hoy mamá se va y se lleva de este mundo el desprecio de sus hijos y el odio que ella misma fue creando en todos. Pero yo...sigo pensando que mamá es una enferma, que debería de haber pasado su vida en un hospital, que los abuelos debieron de haberle explicado a papá lo que pasaba en casa y las cosas quizás hubieran sido de otra manera. Yo le doy la vuelta a la tortilla y no la culpo a ella de todo lo que nos ocurrió, quizás más culpa tuvieron los abuelos. Era mejor no enfrentarse a ella no fuera que los echara de casa...era mejor que nos pegara y que fuera poniendo en nosotros la semilla del odio.

Ana contempla como los ojos de su madre se iban cerrando...se acercó y le dio un beso en la frente de despedida. La madre abrió los ojos y la miró con ojos de desprecio. Para Ana no pasó desapercibida esa mirada, pero pensó que su madre era una persona enferma. Le apretó la mano y le dijo que descansara tranquila. Su madre gruñó unas palabras ininteligibles y cerró los ojos.

Ana salió de la habitación y cogió al gato en los brazos. Lo acarició y lo besó, quizás estaba también falto de cariño.

“Haz bien y no mires a quién.”
Midala

8 comentarios:

  1. excelente relato . eres muy talentosa un beso ricardo

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  2. Gracias Ricardo. Muy amable por tus palabras. Otro beso para tí.

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  3. Excelente y triste relato .
    Por desgracia vivencias como esa , ocurren en la realidad .
    Muchos besos

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  4. Una historia muy buena, sabes calar hondo, como siempre. Me gustan mucho tus relatos.

    También te voy a decir, que tal vez yo no sé interpretar la narración como la quieres expresar, pero me suena un poco raro como narras desde fuera, luego en primera persona y acabas otra vez en tercera persona. En cualquier caso, ya te digo q muy buena historia.
    Sigue así.

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  5. Preciosa historia, pasaba para saludarte y leerte. ;)

    Un abrazo !!

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  6. Simplemente excelente. Nunca dejes de escribir...

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  7. La utilize para un trabajo de clase y me gustaria decirle que es una historia preciosa y excelente, enhorabuena! Siga escribiendo y emocionandome con sus relatos. Saludos.

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