Mi madre solía decirme de pequeño, que siempre alguien ve lo que hacemos.
Aunque creamos que estamos solos...siempre alguien nos ve...o desde una ventana
o agazapado detrás de un coche. Y eso lo tenía yo siempre presente cuando hacía
algo "malo". Menos ese día.
Aquel día tenía una cena de empresa. Era una noche fría y lluviosa, típica
de nuestra región, Galicia. Eran las tres de la madrugada cuándo acabamos la
reunión. Dudamos entre coger el coche o pedir un taxi, pero la mala suerte hizo
que al ver la lluvia rápidamente nos metiéramos cada uno en nuestro coche y ni
lo pensáramos más. Yo había bebido, quizás no bastante pero para mí lo
suficiente ya que no suelo beber. Entre en el coche y miré la hora. Las tres en
punto de la madrugada. Al día siguiente tenía una mañana muy liada en el
trabajo. Y tenía que ir a buscar a las niñas al colegio, ya que María mañana
tenía una conferencia. Yo pensaba en esas pequeñas cosas que hacen el día a
día, sin darme cuenta de que iba a bastante velocidad para haber bebido. De
pronto noté un golpe muy fuerte. Como si hubiera atropellado a un animal. Paré
el coche inmediatamente y salí. Llovía a raudales. No veía nada. Me iba
tambaleando por la carretera. Cogí el móvil y día luz. Nada. Estaba demasiado
oscuro y la lluvia entorpecía mi visión. Reconozco que estaba tocado por
la bebida por lo que me monté de nuevo en el coche y di marcha atrás. Mi coche
alumbró la carretera. Y fue cuándo lo vi. Estaba allí tirado, en el medio de la
carretera. Se me congeló la sangre y no sé ni lo que pensé en ese momento. Salí
del coche y me acerqué lentamente. Estaba aterrado. Era una mujer joven. La
mire a través de la lluvia y me agache gritando desesperado. Estaba muerta. No
había ninguna duda. Miré a la joven y vi que sus ropas eran harapos, por lo que
intuí que era una mujer que vivía en la calle. Llevaba un calcetín roto y el
otro le faltaba. Varios abrigos unos encima de otros y todos rotos. En segundos
me dio tiempo a abarcar lo que en otro instante no hubiera pasado desapercibido
para mí. Decidí meterme en el coche de nuevo y marcharme. La dejaría ahí
tirada. Ya nada se podía hacer por ella, y seguramente no tendría familia que
la reclamara. Antes de entrar en el coche, la arrimé hacia la cuneta. La miré
llorando y le pedí perdón. Había bebido, sí, pero no iba a tirar mi vida
también con la de ella. Entré en el coche y me marché.
La peor noche de mi vida fue ese día. Lloré en silencio y la angustia
parecía que quería apoderarse de mi alma. Me atormentaba el remordimiento pero
era lo mejor que podía hacer, sino quería tirar mi vida a la basura. Me levanté
de la cama varias veces y fui a ver a mis hijas. Dormían plácidamente, sabiendo
que su padre siempre cuidaría de ellas. Hasta ese día había sido un buen padre,
un buen esposo y un buen hombre. Me había convertido en un instante en un
asesino. Había matado a una persona por mi imprudencia. Mi mente luchaba contra
mis pensamientos, y mi corazón tenía que permanecer frío, calculador. No podía
dejarme llevar por las emociones. Tenía que controlarme. Un sudor frío recorría
todo mi cuerpo y hacía que mi cuerpo se agitara de ansiedad y miedo. Decidí
permanecer en silencio y no decir nada. Llevaría el coche a arreglar por la
mañana. Nadie debía de enterarse de lo ocurrido. Miraría los periódicos a
diario por si salía alguna noticia pero no podía contárselo a nadie.
Por la mañana me levante como otro día cualquiera, pero yo no era la misma
persona de otro día cualquiera. Y eso solo lo sabía yo. Leí las noticias y por
supuesto era demasiado pronto para que apareciera nada en los periódicos. Mi
día transcurrió como otro día normal...aparentemente. Pude manejar mi ansiedad
y mi miedo. Llevé el coche a limpiar y después al taller. Temblaba cuándo dejé
el coche a arreglar. Le comenté al chapista que había atropellado un jabalí la
noche anterior. No es algo anormal en las carreteras, y él pareció que lo daba
por bueno.
Mis días eran lentos y angustiosos, hasta que a los cuatro días apareció la
noticia. Una joven había aparecido muerta en la carretera, posiblemente
atropellada. La mujer se dedicaba a la mendicidad y era extranjera. Ahí se
terminaba la noticia. Respiré hondo y pensé que todo terminaba ahí. En un papel
de periódico donde no se le daba más importancia.
Estaba equivocado. La frase de mi madre cobró protagonismo los días
sucesivos para mí. Siempre alguien te está mirando.
Al cabo de 10 días, se presentó en mi casa un hombre de mediana edad. Vestía
pobremente y pensé que era alguien pidiendo de comer o dinero. Pero no. Me dijo
que quería hablar conmigo. Mi corazón se aceleró y de nuevo ese sudor frío y
agobiante recorrió mi cuerpo. Notaba el corazón en mi garganta y
latidos acelerados. Temblaba cuándo abandoné la puerta de mi casa para salir
al jardín a hablar con el hombre.
Se llamaba Raimon. Y era la pareja de la mujer que yo había atropellado. Lo vio
todo. A mí, a mi coche, mi matricula. Todo. Vio como me tambaleaba hasta llegar
al cuerpo de su novia y me oyó gritar. Y ahora comenzaba lo que para mí iba a
ser otra parte de mi pesadilla. O le daba dinero todos los meses o iba a la policía.
Sería mi seguro de vida. Dinero a cambio de su silencio. Asentí en silencio y
le dije que iríamos al banco. El se sentó en el porche y yo entré en casa. No
había nadie. Yo acababa de llegar cuándo el hombre llamó, pero a esa hora las
niñas estaban en el colegio y mi mujer pasando consulta. No lo pensé. Fui
derecho a la chimenea y cogí un reloj de mármol que nos había regalado cuándo
nos casamos. Era un reloj pesado. Salí y cuándo Raimon se dio la vuelta lo único
que vio fue el reloj dirigirse hacia su cabeza una y otra vez. Esta vez nadie
podía vernos, ya que mi jardín estaba amurallado y nosotros estábamos dentro.
Aun así...miré para todas partes. Era imposible que nadie nos viera. Los setos
separaban nuestras casas. Y de pronto...vi la cara de mi hija mayor, aterrada,
mirando desde la ventana. Siempre alguien te ve...
Ese día mi hija no había acudido al colegio por estar con fiebre. Y...lo vio
todo. Fue el principio de mi fin. Lo tenía todo y lo perdí todo por mi mala
cabeza y mi mal hacer. Si desde el primer momento hubiese confesado...no
hubiese sido lo mismo...si hubiese mirado bien...hubiese visto a Raimon...hubiese visto que en todo momento...alguien me miraba.
“El
hombre puede soportar las desgracias que son accidentales y llegan de
fuera. Pero sufrir por propias culpas, ésa es la pesadilla de la vida.”
Realmente bueno...
ResponderEliminarExcelente reflexión
ResponderEliminarPuchamare q buen gempliei :v/
ResponderEliminarMuy bueno
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