"Yo, Emérico, me confieso de que, nunca fui un buen hombre.
Confieso que algunos de los mandamientos no los cumplí en mi triste vida. Robe
muchas veces. Lo admito. Robé para darles de comer a los míos. Robé por
necesidad. Los pobres también tenemos hambre y mis hijos tenían mucha. Cuando
pasas días y días sin nada que llevar a la boca...el estómago cruje y te duelen
las entrañas...y miras a tus hijos y piensas que están pasando lo mismo...haces
lo que sea menester. Y yo lo hice muchas veces, lo admito. Pero también es
cierto que cuándo trabajaba nunca lo hacía. ¿Eso es pecado? Espero ser
perdonado por ello.
También confieso
que no acudo a la Iglesia con mi mujer y que cuándo la furia me invade, el
nombre de Dios y de todos los santos son motivo de mi ira. No es justificarme,
pero...entiendo que alguien tiene que hacerse responsable de mis fracasos.
Padre, también
confieso que me acosté con muchas mujeres en mi vida. Mi mujer lo sabía y lo
aceptaba. Sabía de mi fuerte personalidad y habilidad para conquistarlas. Las
mujeres siempre fueron mi punto flaco. Cada una es hermosa a su manera y todas
me hacían feliz. Fui un hombre afortunado en amores, y disfruté mucho con
ellas. También tengo que decirle Padre que mi esposa es trigo limpio. De lo
mejorcito. Es una mujer pulcra y aseada. Apañada con los dineros y buena madre.
Y hasta hoy...buena esposa.
La maté. La maté porque
era mía. Ciertas cosas no se comparten ¿usted me entiende Padre? Ahora por su
culpa mis hijos se quedaran sin madre, pero fue su culpa. Tonteaba con
Lupicinio. Yo hoy los vi con mis propios ojos. Llegaba con el rebaño y los vi
hablando en el comedero de las gallinas. Lupicinio nos ayuda a veces con las
tareas de los animales. ¡Yo ya sabía que por algo lo hacía! Estaba enamorado de
la Teodosia. Ninguno de los dos merece estar vivo Padre. Yo los vi. Vi como la
Teodosia se acercaba a él canturreando mientras le daba de comer a las
gallinas. Sus mejillas sonrosadas y su andar dicharachero encendieron mis
entrañas. Mientras Lupicino silbaba mirándola de arriba a abajo. Sus ojos
estaban llenos de lujuria y deseo. Y los maté. Me abalancé sobre ellos y los acuchillé
hasta su último aliento.
Espero que Dios
sea benevolente conmigo y perdone mis pecados. Amén."
Rezó un
Padrenuestro y dos Aves Marías. Dióse por perdonado y fue en busca de Simona
para ahogar sus penas.
Es extraña la ligereza con que los malvados creen que todo les saldrá bien.
Victor Hugo (1802-1885) Novelista francés.
Francamente bueno...
ResponderEliminarMuy buen relato. Un saludo.
ResponderEliminarTerrible cuando se piensa que hay seres asi
ResponderEliminarCariños
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