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lunes, 20 de febrero de 2017

YO ME CONFIESO

"Yo, Emérico, me confieso de que, nunca fui un buen hombre. Confieso que algunos de los mandamientos no los cumplí en mi triste vida. Robe muchas veces. Lo admito. Robé para darles de comer a los míos. Robé por necesidad. Los pobres también tenemos hambre y mis hijos tenían mucha. Cuando pasas días y días sin nada que llevar a la boca...el estómago cruje y te duelen las entrañas...y miras a tus hijos y piensas que están pasando lo mismo...haces lo que sea menester. Y yo lo hice muchas veces, lo admito. Pero también es cierto que cuándo trabajaba nunca lo hacía. ¿Eso es pecado? Espero ser perdonado por ello.

También confieso que no acudo a la Iglesia con mi mujer y que cuándo la furia me invade, el nombre de Dios y de todos los santos son motivo de mi ira. No es justificarme, pero...entiendo que alguien tiene que hacerse responsable de mis fracasos.

Padre, también confieso que me acosté con muchas mujeres en mi vida. Mi mujer lo sabía y lo aceptaba. Sabía de mi fuerte personalidad y habilidad para conquistarlas. Las mujeres siempre fueron mi punto flaco. Cada una es hermosa a su manera y todas me hacían feliz. Fui un hombre afortunado en amores, y disfruté mucho con ellas. También tengo que decirle Padre que mi esposa es trigo limpio. De lo mejorcito. Es una mujer pulcra y aseada. Apañada con los dineros y buena madre. Y hasta hoy...buena esposa.

La maté. La maté porque era mía. Ciertas cosas no se comparten ¿usted me entiende Padre? Ahora por su culpa mis hijos se quedaran sin madre, pero fue su culpa. Tonteaba con Lupicinio. Yo hoy los vi con mis propios ojos. Llegaba con el rebaño y los vi hablando en el comedero de las gallinas. Lupicinio nos ayuda a veces con las tareas de los animales. ¡Yo ya sabía que por algo lo hacía! Estaba enamorado de la Teodosia. Ninguno de los dos merece estar vivo Padre. Yo los vi. Vi como la Teodosia se acercaba a él canturreando mientras le daba de comer a las gallinas. Sus mejillas sonrosadas y su andar dicharachero encendieron mis entrañas. Mientras Lupicino silbaba mirándola de arriba a abajo.  Sus ojos estaban llenos de lujuria y deseo. Y los maté. Me abalancé sobre ellos y los acuchillé hasta su último aliento.

Espero que Dios sea benevolente conmigo y perdone mis pecados. Amén."


Rezó un Padrenuestro y dos Aves Marías. Dióse por perdonado y fue en busca de Simona para ahogar sus penas.

Es extraña la ligereza con que los malvados creen que todo les saldrá bien.

Victor Hugo (1802-1885) Novelista francés.



4 comentarios:

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