Mis
padres tuvieron tres hijos, mi hermano yo, y una chica que se murió a los
poquitos días de nacer. Mis padres pasaron años muy abatidos por la
muerte de mi hermana, pues aunque solo pasó diez días con ellos, era su hija
deseada. Su pequeña niña como ellos la describían. Sin saber cómo iba a ser o
si tan siquiera los iba a querer. Pero ya ponían barreras entre mi hermano y
yo. Y nosotros ya no las necesitábamos porque éramos el blanco y el negro. Pero
aún así no dejaba de ser mi hermano. Y siempre lo sería pasara lo que pasara.
Y...pasó lo que pasó.
Mi
hermano holgazaneaba cuánto quería mientras mis padres seguían manteniéndolo,
mientras yo ya estaba trabajando. Llevaba muchos años en ello ya que mis padres
no podían permitirse el lujo de mandarnos a la universidad. Yo intentaba
trabajar y ahorrar algo para independizarme ya que tenía novia desde hacía unos
años y queríamos casarnos. Yo seguía viviendo con mis padres y hermano, pero
daba parte de mi sueldo a mi madre, mientras ella se lo daba a mi hermano para
que lo gastara en bebido o en lo que le diera la gana. Mi padre decía que a mi
eso no debería de importarme, ya que yo el dinero se lo daba a mi madre y ella
hacía lo que creía más conveniente con él.
Hasta que
un día decidí abandonar la casa de mis padres para irme a vivir solo, y así no
entregarle el dinero a mi hermano, ya que en esa situación jamás buscaría donde
trabajar.
Comencé
a vivir solo y feliz. Mi novia venía cuándo quería y yo estaba tranquilo, sin
los grandes follones que en mi casa siempre había. Vivíamos en un pueblo
pequeño, donde todo se sabe y todo se comenta. Y...los comentarios comenzaron a
llegarme. Mi hermano se acostaba con mi novia. Yo no hacía caso porque era
impensable. Ella jamás aceptaría a un borracho por amante. Pero cuán equivocado
estaba...era cierto y muy cierto. Llevaban ocultándomelo unos meses, y mis
padres estaban al tanto de todo, pero supongo que seguirían lamentándose por la
muerte de su pequeña y adorada hija sin importarles nada de lo que ocurría a su
alrededor.
Juré
ese mismo día que no quería volver a ver a ninguno de ellos. Y ese mismo día
escribí una carta para mi hermano y mis padres. Les decía que jamás lo olvidaría
y que no quería volver a verlos a mi lado. Quizás algún día estaría en
predisposición de perdonarlos, pero jamás de olvidar lo que había ocurrido. Si
en cualquier momento me ponía enfermo o fallecía no quería que ninguno de ellos
acudiera a verme, ni vivo ni muerto. Ya que cuándo me hicieron falta no habían
sabido estar a la altura. Cerré la carta y se la entregué a mi mejor amigo, diciéndole
que en caso de que algún día me pasara algo se la diera a cualquiera de ellos.
Y la
vida me sorprendió. Ese mismo día, al salir de mi trabajo tuve un accidente de
coche. Mi amigo cumplió su palabra y nadie acudió a verme ni a cuidarme. Y
yo....estaba feliz. Quién no había llorado por lo que estaba ocurriendo que no
llorara ahora tampoco por mí. Sus lágrimas ya no me hacían falta, ni su
compasión. La vida me había hecho fuerte o débil, no lo se...pero que no los
necesitaba, eso si lo sabía.
- Ningún amigo como un hermano; ningún enemigo como un hermano. -Proverbio
Me gusto, pues en cierto modo me siento algo identificada. Es un relato muy fluido, aunque me confundio un poquitin el final, esta vivo o muerto? O simplemente es la insatisfacción de no pertenecer a una familia. Gracias por compartir
ResponderEliminarQueda a tú imaginación. Yo lo imagino...vivo y libre de ataduras impuestas por los lazos de sangre. Gracias por leerme y comentar. Me encanta saber que estáis ahí.
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